En el diario El País
de 18 de noviembre de 2018, una viñeta cómica reproduce un desierto
donde un hombre barbudo, cubierto de harapos, se arrastra por la
arena mientras un avión despliega una pancarta que ofrece un rescate
“premium” por 4,99 euros. La viñeta, no exenta de mordacidad, es
-no hace falta ser un lince- un claro remedo del finísimo humor de
Forges.
En la música para
el ballet La Création du Monde, su
autor Darius Milhaud no se cortó un pelo a la hora de plagiar varios
detalles de Rapsody in Blue
de George Gershwin.
En la mítica movida
madrileña, así como en las décadas posteriores, muchas bandas
ahora añoradas, recordaban algo más que vagamente a los Beatles, Sex
Pistols, The Doors o a Dire Straits. Búmbury imita a Jim Morrison
hasta en el vestir, Calamaro hace lo propio con Bob Dylan, Maná suena como Police. Se
escapaban de la farsa algunos como Radio Futura o Golpes Bajos que,
por aquello de unas letras demasiado intelectuales no pudieron entrar
en los 40 principales. Julio Iglesias todavía sigue en situación de
libertad tras perpetrar aquel célebre atentado contra la esencia del
tango. Luis Cobos hacía como que dirigía una orquesta que ya era
dirigida por una caja de ritmos totalmente automatizada.
A día de hoy,
son muchos los cantaores que han decidido parecerse a Camarón,
incluso en la mala vida que llevaba. La pléyade de íncubos y
starlettes inventados en los laboratorios de O.T. o salidos de los
clubes de karaoke, han hecho carrera a base de berrear unos
gorgoritos tras los que se adivina la afectación de Mariah Carey. Lo que antes era hortera hoy es clásico.
El monólogo
dramático, uno de los géneros más complejos del teatro, ha sido
suplantado por una estirpe de humoristas de todo a 1€. La Fura dejó
de cabrear los poderes fácticos y ahora se deja domesticar
(complacientemente) por los nuevos mecenas y por el poderoso
caballero.
Los grandes grupos
editoriales promocionan y premian a profesionales de las letras que
basan el éxito de sus novelas exclusivamente en las truculencias
argumentales. El imberbe Joël Dicker cuenta por millones las ventas
de un tramposo bodrio bautizado con el original nombre de La
verdad sobre el caso Harry Quebert y
que, a no mucho tardar, será transmutado en una exitosa
serie para televisión. Murakami, eterno aspirante al (inefable)
premio Nobel de ¿literatura?
ostenta
la plusmarca universal en dilatar inútilmente la llegada de los
desenlaces en detrimento de una cosa llamada estilo y que es lo que diferencia a lo que caracteriza a los grandes. Merece más que nadie la atención de los guionistas
televisivos.
Las
novelas góticas, herederas directas de las de caballería -no menos
insensatas que aquellas que trastornaron la mente de Alonso Quijano-
copan los escaparates de las grandes librerías. Hubo un pequeño
asomo de cervantismo que hizo algo más que cuestionar la dictadura
de la trama frente a la complejidad de la creación literaria, pero
se nos murió sin llegar a viejo, después de haber sobrevivido
fregando platos, cuidando campings y robando libros en México D.F.
Frente
al imperio de la mediocridad y a la falacia del éxito, afirmo que
hay, hubo y habrá talentos olvidados
que esperan el autobús en una calle oscura y desierta, después de
haber arrebatado un centenar de corazones resucitando al gran
Monteverdi.
El
talento es hoy una rara
anomalía dentro de un sistema que entroniza la mediocridad y margina
la genialidad. El talento transgrede la norma y sonda mucho más allá
de las percepciones primarias. El talento no anda a la caza de las
subvenciones ni al amparo del poeta oficial de turno, porque antes
que nada es, fue y será incómodo, impopular e incomprendido. El
talento es una débil llama que se mantiene encendida en medio de
toda esta oscuridad espiritual que generan los focos del circo y las
luces de neón.
Quizá
el desprecio por la excelencia que han mostrado durante las últimas
décadas nuestros gestores en materia de educación ha parido una
sociedad más preocupada por el funcionamiento de dispositivos móviles y las amistades virtuales que por la reflexión
y el abrazo. Quizá este
mismo desprecio por la excelencia nos
ha privado de conocer a más de un genio.
Cuanta razón tienes en tu sinrazón.
ResponderEliminarCelia
Excelente entrada. El talento se fue por las rejillas cloaqueras del marketing. La pela es la pela, oyes.
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