miércoles, 19 de octubre de 2016

EL GRAN PAYASO



A pesar de la enorme admiración que siento por la obra y la personalidad de Francisco Ayala, tengo que reconocer que albergo mis matices con algunos aspectos de su (siempre lúcida) forma de pensar. 
No puedo dejar pasar aquel día en que un periodista preguntó al maestro su opinión sobre la concesión a Darío Fo de ese premio por el que tantos sabios venderían el alma al diablo. Ayala vino a decir que le parecía una frivolidad conceder el "gran" galardón a un payaso.
Hace unos días dejó de respirar el gran payaso de las letras; dejó por tanto de incordiar la mosca cojonera que a todos los poderosos incomodó con su vitriólico sentido del humor. Este ácrata irreverente que nunca se casó con nadie (excepto con Franca Rame) y que -predecesor del juez Garzón- se granjeó enemistades a diestra y siniestra, este modelo de bufón que se mofa del César en la mismísima cara del César (llámese Berlusconi, llámese Cosa Nostra, o llámese núcleo duro del Vaticano) y se queda tan pancho, este ateo practicante por la gracia de Dios, este Pepito Grillo que hostiga ferozmente la ausencia de ética estructural de la sociedad en su conjunto, este irreverente que reverenció a Francesco d’Assisi como nunca nadie lo había dignificado, era dueño de una escritura teatral cómica de ascendentes culteranos, deudora de un clasicismo que nace en Aristófanes, se orquesta en la Commedia dell'arte, se nutre en Moliere, bebe de Shakespeare y se escancia en Goldoni. Uf, que frasecita más larga. Tomen aire... y prosigan... si les interesa.
Dario Fo era, por supuesto, un payaso. Era un conferenciante con el que ningún espectador albergaba la menor esperanza de dar una cabezadita. Y así, mientras tantos escribidores recitan sus creaciones con la recalcitrante monotonía de un reloj de péndulo, Darío Fo era capaz de comunicar los complejísimos principios de la comedia haciendo que el tiempo dedicado a la carcajada ocupara más que el de sus propias palabras. 
Mientras sigan existiendo los abusones que se ríen en la cara del contribuyente, nos quedará el ingenio satírico del gran payaso para reírnos en la cara de los abusones. Eso, o esperar a que vuelva Robespierre, con todo lo que eso supondría. Ustedes eligen.