miércoles, 17 de abril de 2013

EL MEJOR AMIGO




La semana pasada, mientras recorría los dédalos de la Medina de Tetuán siguiendo los sabios pasos de mi amiga María Ángeles, reparé en la presencia de aquel perro sobre la tapia del cementerio. El atardecer parecía ganarle la partida a un espléndido día de primavera mientras aquel solitario animal sesteaba entre el reino de los vivos y el de los ausentes.
A la mañana siguiente, después de tomar un delicioso té en el Café París, regresé a la Medina -esta vez en solitario- y dejé que mis pasos me extraviaran entre las interminables hileras de comercios. 
De nuevo y por pura casualidad llegué al cementerio. No lejos de la tapia, sobre una de aquellas humildes tumbas volví a encontrarme con el mismo perro.
Esta vez se hallaba sentado en el suelo con la mirada absorta. Comprendí entonces que aquel animal permanecería el resto de sus días acompañando a su amo.
Había leído y escuchado historias parecidas sobre la fidelidad de algunos perros, pero nunca lo había presenciado como lo estaba haciendo en aquel cementerio.
De esos compañeros que no todo el mundo aprecia, he aprendido muchas lecciones, pero la más importante de todas es que la felicidad se encuentra en las cosas más sencillas. No hay que rebuscar en las agencias de viajes, ni en los boletos de lotería, ni en los telefonillos de última generación para ser feliz. Basta con saber apreciar el instante en su justa medida. Y la medida del instante es incalculable precisamente porque es efímero.
Cuando nuestro perro nos sigue a todas partes, no es que ande buscando afecto, sino más bien para entregarnos el suyo, para asegurarse de que no nos sentimos desvalidos.