lunes, 13 de febrero de 2012

PAYASA


¡Payaso! Ha sido el insulto que más veces han podido lanzarme. Y a mucha honra, he contestado otras tantas. Ser payaso es algo tan honorable que muy pocos pueden presumir de ello. Recuerdo que el  doctor Patch Adams, creador de la risoterapia, para más señas, ha conseguido en enfermos terminales algo que la medicina tradicional reduce casi siempre a la sedación: por medio de la segregación de endorfinas que se multiplican gracias a la risa, el dolor en los pacientes se hace más llevadero. El optimismo –a ver quién es el guapo que lo niega- es uno de los mejores paliativos contra el sufrimiento, tanto el físico como el psíquico.

En realidad este artículo no está dedicado a Patch Adams, sino a una de las mejores payasas que he tenido la dicha de conocer: la espléndida Nía Cortijo. Desde que la vi actuar por primera vez en la sala de teatro alternativo “El apeadero”, hasta su impecable actuación con la renombrada compañía Laví e Bel, pasando por  el trabajo que compartí con ella –y también con Borja, Sofía,  Derck y Oscar- sin dejar atrás sus colaboraciones con Payasos sin fronteras en Palestina, o anteriores incursiones en el musical con Chirivilla, o el teatro de calle con Vagalume, o con LaSal; he podido constatar –y no soy el único- que nuestra gran payasa Nía, es sobre todo una de las profesionales más solventes y versátiles que he conocido en escena. Siempre guardaré un recuerdo imborrable de mi trabajo con Nía,  en aquella quisicosa que se llamó Pregunta sin respuesta, y que sacamos adelante con más voluntad que medios. Por ese y otros incontables motivos, cuando uno de los muchos personajes (la payasa) que Nía borda en La barraca del zurdo, pregunta al otro payaso aquello de “tú que zientez por mí”, yo no puedo por menos que contestar: “el mayor de los cariños y la más grande admiración”.  Conocerte es un privilegio, verte en un escenario es una delicia.