Eva flotaba sobre la alfombra de espuma como si sus pies no
soportaran el menor peso. Así se movía la dulce Eva, como un trozo
de papel de fumar mecido por la brisa salobre de la orilla. En honor
a la verdad, tengo que confesar que Eva siempre me pareció algo
ficticia. Pululaba por la realidad igual que los mitos oscilan en el
inconsciente infantil de los pueblos, pasando de memoria en memoria
con insultante delicadeza. Será eso, digo yo, lo que hace a Eva
fuente y objeto de nuestro insofocable anhelo.