sábado, 28 de julio de 2012

DIGITÓMANOS



Cuando firmas un contrato de permanencia con un servidor de telefonía móvil, la compañía hace como si te regalara un magnífico celular, último modelo. Entonces, puedes echar la vista atrás, acordarte de aquel Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj de Julio Cortázar y hacer  un pequeño experimento.


Has tomado un fragmento de ese opúsculo, cambiando los sustantivos reloj  por móvil, y este sería el resultado:


Piensa en esto: cuando te regalan un móvil te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo como un bracito desesperado. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu móvil con los demás móviles. No te regalan un móvil, eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del móvil.


Lo terrible, lo más terrible, es que ellos sí lo saben.


Dejaremos que cada cual reflexione a su libre albedrío. Más que nada porque tengo el día un poco espeso.