domingo, 7 de marzo de 2010

EL ALCANFORADO PERFUME DE LAS TOGAS

Decía nuestro añoradísimo don Plácido Fernández Viagas algo así como que con la mentalidad que tenían sus señorías en los primeros años de la democracia no se podía construir un estado de derecho. Hoy, aquellas togas de perfume alcanforado, no sólo siguen ahí, sino que además ocupan altos cargos del presunto poder judicial, y desde allí, orquestan o participan en la persecución y desprestigio de un ilustre compañero, el juez estrella por excelencia: don Baltasar Garzón Real. Lo de juez estrella, debe venirle porque, frente a la inacción de unos cuantos mediocres –los que ahora mismo se empeñan en hundir al jiennense- este magistrado estuvo implicado en los siguientes delitos:
1. Descabezar, encarcelar y hundir a los más ilustres capos del narcotráfico gallego.
2. Descabezar, encarcelar y hundir a los más sanguinarios capos de la mafia etarra.
3. Descabezar, encarcelar y hundir a unos cuantos corruptos de la política española, fueren del partido que fueren. Por supuesto no a todos. La mayoría de los políticos corruptos siguen luciendo sus trajes de seismil euros amparados por la impunidad que les otorgan sus jueces amigos.
4. Cursar una orden de extradición contra ese cándido abuelito, de nombre don Augusto Pinochet, que el estado español se ocupó de desbaratar mediante subterfugios poco menos que delirantes. En este caso tengo que decir que, como contribuyente, no me hubiera importado pagar mi parte del alojamiento carcelario de tan ilustre estadista.
5. Encausar a varios genocidas del cono sur americano. Que parece poco, pero que sin lugar a dudas ha sido el motivo de que ahora mismo estén siendo juzgados los asesinos de la peor calaña que pisan el suelo argentino. Esa frivolité de don Baltasar ha sido el detonante para reventar la vergonzosa Ley de la obediencia debida, que proporcionó a los torturadores la posibilidad de pasear alegremente por las calles de Buenos Aires, cruzarse con algunas de sus víctimas (los que aún sobreviven) y hasta reírse en sus aterrorizadas caras.
6. Abrir judicialmente el proceso que faltaba en la historia de España: el intento (tardío pero honorable) de hacer justicia sobre las decenas de miles de asesinatos que se practicaron impunemente durante la gloriosa, incontestable e imborrable presencia del nacionalcatolicismo.
En una fosa de Málaga, acaban de exhumarse 2.838 fusilados -un número anecdótico si no fuera porque hace algunos años cada uno de esos esqueletos tenía vida, amores y proyectos- que nunca tendrán derecho a la tutela judicial efectiva. Tengo que aclarar que sin ese principio, no existe estado de derecho, no hay democracia y todo lo demás son puras pamplinas. Sin una justicia independiente puede haber un remedo de democracia, e incluso una democracia light, descafeinada o sin el correspondiente colesterol, como es el caso, pero nunca un verdadero estado de derecho.
La persecución a Garzón evidencia dos realidades impropias de una nación que se llama a sí misma democrática: en primer lugar, hay un amplio sector en la judicatura y en la política española muy interesado en ocultar los episodios más violentos de la dictadura del general Franco. Alegan estos sectores que durante la contienda nacional hubo crímenes por parte de ambos bandos. Cierto. Pero una historia bien escrita debería hacer el recuento de atrocidades y mostrarlas a los estudiantes en los colegios, con el utópico objetivo de que nunca más se repitan. Una Historia con mayúsculas debe llamar a las cosas por su nombre, hablar de genocidio cuando el término sea verazmente comprobado. Lo que nunca podrán negar estos sectores de la derecha cavernaria es que en el recuento final de víctimas de uno y otro bando, el vencedor ganó por aplastante goleada.
En segundo lugar, y siguiendo con el mismo sector jurídico-político (que es lo mismo) se intenta –e incluso se consigue- cubrir de humo el último caso de corrupción política, la llamada trama Gürtel, planteando una paradoja que no podría resolver ni el mismísimo Einstein. El –presunto- promotor principal de la trama, Correa, se persona como acusación particular contra el magistrado que le ha dado alojamiento en ese sitio que algunos quisiéramos sirviera para reinsertar en la sociedad a los amigos de lo ajeno e incluso a los desposeídos de valores éticos. Correa acusa a Garzón de ordenar escuchas ilegales (aprobadas por el Ministerio Fiscal) mediante las cuales se destapa una red de corrupción que salpica a unos cuantos notables de la política española. Correa, ese miembro ejemplar de nuestra economía y nuestro progreso, puede y quiere inhabilitar a Garzón. Alucinante, ¿no creen?
A Garzón le buscan las cosquillas desde que ordenó archivar un procedimiento contra el Banco de Santander. Se dice que hubo intercambio de favores y que el juez solicitó financiación para los cursos en los que participó durante su año sabático. Pues resulta que esos fondos, según documentación certificada, fueron solicitados por el “Centro Rey Juan Carlos I” y no por el acusado. Y que, muy a pesar mío, la causa que se abrió contra el Banco de Santander carecía de fundamentación jurídica por los cuatro costados. Si es que, con la Ley Hipotecaria en la mano, la banca es prácticamente intratable. ¿Han leído ustedes el auto de archivo? Menester sería. Algún que otro jurista de reconocido prestigio opina que tal resolución es impecable.
A Garzón se le pueden reprochar unos cuantos errores, como aquel intento suyo de comprometerse políticamente, tal vez con buena intención, pero también con un exceso de protagonismo. Ahora bien ¿se le puede acusar de llamar a las cámaras de televisión para retransmitir sus entradas y salidas en la sede de la Audiencia Nacional? ¿Es él quien avisa a los telediarios para que se dé difusión a unas resoluciones que deben ser públicas por ley? ¿Hace Garzón el mismo uso de los micrófonos que Rajoy o Zapatero? ¿Acaso no es más cierto que con su persecución a todos los sectores corruptos de la clase política, él mismo se ha cerrado las puertas para presidir la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, o el Constitucional? ¿Dónde está entonces su pretendida ambición?
Lo que toda esta cortina de humo pretende tapar es algo de una gravedad extrema. Lapidar –metafísicamente hablando- al juez Garzón es lo más parecido a reventar nuestro estado de derecho.
Estas togas perfumadas de alcanfor, elevadas sobre ese estrado que les separa del pueblo, se están quitando ese pedacito de ciudadanía que representa el Juez Garzón, y que, de sentarse como vocal en un órgano de gobierno, sería un verdadero incordio para sus encorsetadas señorías.
Y ahora, ya pueden insultarme a placer, o también pueden suscribir como otros tantos, todos los manifiestos de apoyo a don Baltasar Garzón Real, o sin ir más lejos, refrendar la candidatura de nuestro conciudadano al Premio Sajarov de la Cámara Europea, o tal vez celebrar y congratularse de que el estado alemán concediera el prestigioso galardón Hermann Kesten 2009, al denostado juez, por su defensa de los derechos humanos.
Yo me voy a quedar con esta imagen del juez Garzón: un niño rebelde que pedalea sobre su bicicleta en dirección contraria, en medio de esa avenida desvencijada y triste cuyo nombre es Administración de Injusticia.