“Recuérdame que nunca sea madre”.
Era la frase que espetaba un personaje de una pieza teatral de autor apócrifo
cuando su hermana le pormenorizaba los sinsabores de su incesante bregar con
las seis criaturas que había traído al mundo. La frase sacada de contexto
resulta livianamente cómica, sobre todo si se tiene en cuenta que el que la
dice es hombre y, como tal, tendría algo difícil lo de ser madre. No es ese,
sin embargo, el enfoque sobre la maternidad de la tercera sinfonía de Gorecki.
Digamos para empezar que dicha obra posee ciertas peculiaridades que la hacen
singular. En primer lugar, se trata de una obra melódica, fácil de escuchar y
comprender, escrita en pleno siglo XX, cuando tantos compositores se inclinaban
hacia la música atonal, concreta o dodecafónica. En segundo lugar, y he aquí la
importancia de esta partitura, el tema de la maternidad está preferentemente
dirigido a la ausencia del hijo, o más concretamente, a la muerte del hijo. Por
otra parte, esta sinfonía incluye la intervención de una Mezzosoprano como
elemento esencial en su interpretación, una interpretación que se apoya sobre
tres textos muy especiales que Gorecki incorpora a la obra dotándola de un
carácter tremendamente dramático, casi espeluznante.
El primero de los tres textos es
un canto del siglo XV, conocido como “Lamentación de los Cantos de Tysagóra”
popularmente atribuido a la Virgen María. El segundo texto, es una inscripción
hecha en las paredes de una celda de la Gestapo durante la segunda guerra
mundial. Se trata de la “Plegaria de Helena Wanda Blazusiakówna”, una
adolescente de dieciocho años que fue encarcelada en 1944. La inscripción dice literalmente así: Mamá, no llores más. Virgen pura, Reina del
Cielo, protégeme en todo momento. Ave María.
Resulta evidente que la primera
frase de esta inscripción hace referencia a la madre biológica de esta
muchacha, a quien se dirige como si estuviera pidiendo disculpas por su situación.
Un sentimiento de culpa equívoco, por supuesto, aunque fácilmente comprensible.
El resto de las palabras, en forma de plegaria a la Virgen María, expresan sin
hacer referencia directa el terrible pánico que experimentaba Helena a ver cómo
se acercaba su muerte. Es conocido y notorio cómo los soldados malheridos en la
segunda guerra mundial, llamaban inútilmente a sus madres cuando agonizaban en
el campo de batalla. Gorecki eligió este grito de desesperación, este llanto de
una adolescente, porque contenía algo definitorio de la condición humana,
porque eludía la rabia y la impotencia frente a la injusticia y buscaba el
desesperado refugio en la ternura maternal.
Curiosamente, la obra de Gorecki
presenta aquí su lado más paradójico. Pues es precisamente en este entorno de
desolación donde la música se vuelve de una luminosidad que, en algunos
momentos, podría parecer cegadora. Huyendo de los luctuosos aires del réquiem,
las frases en que la solista recita la plegaria a la Virgen María, están
impregnadas de una emoción resplandeciente, casi milagrosa.
El tercer canto incluido en esta
emocionante sinfonía, reproduce el texto de una canción popular de la ciudad
polaca de Opole, en el que una madre busca el cadáver de su hijo muerto durante
la insurrección de Silesia en 1919.
¿Dónde se encuentra mi hijo más querido? Es posible que durante la
insurrección, el cruel enemigo le haya dado muerte. ¡Ah, vosotros gente
malvada! En el nombre de Dios, el más Sagrado, decidme ¿Por qué habéis
asesinado a mi hijo? Nunca jamás tendré su apoyo, aunque solloce hasta la
última de las lágrimas de mi cuerpo. Incluso si mis amargas lágrimas formasen
otro Rio Oder, no podrían devolver la vida a mi hijo. Reposa en su tumba, e
ignoro dónde se encuentra. Aunque continúo interrogando a la gente por doquier.
Quizá el pobre chiquillo repose en una cuneta. En ese caso descansaría en un
cálido lecho. ¡Oh cantad para él pajarillos del Señor! Porque su mamá no lo puede encontrar. Y vosotras,
florecillas del Señor; floreced en su entorno para que mi hijo pueda dormir
contento.
Escribo estas líneas en un mundo
que no ha conseguido librarse de esta lacra de la guerra. Ahora mismo, mientras
tú lees estas palabras, hay un ser humano que ha sido arrancado a su madre en
virtud de altos designios, de delirios patrios o tal vez en nombre de un dios
que no tolera a las demás deidades. Ahora mismo, tal vez en este preciso
instante, una madre está dando a luz a un hijo destinado a morir en uno de esos
homenajes a la estupidez humana. Alguien dijo: “malditas las guerras y malditos
los que las hacen”.