viernes, 17 de septiembre de 2010

LA ELEGANCIA DEL ERIZO

Cuando a uno le insisten mucho (depende de quien lo haga) en que lea uno de esos éxitos editoriales de largo recorrido, suele abrir la primera página algo estreñido por las suspicacias y bastante cargado de excepticismo. Habría que reconocer -huelga el comentario, pero ahí va- que la calidad no siempre ha estado reñida con las buenas ventas. Empezando por el ingenioso hidalgo, ha habido honrosas excepciones en esto del libro comercial. Alguna que otra genialidad, incluso, pero no demasiadas. Últimamente se ha llegado a tal menosprecio por la inteligencia del lector que se podría asegurar que una cosa es la literatura y otra el mercado editorial. El temor está en que llegue el día -y todo hace parecer que está más próximo de lo que creemos- en que la literatura se convierta en una reliquia del pasado y haya que dar paso al puro entretenimiento. Ese requiem ya ha sido entonado en la novela DUBLINESCA, de Enrique Vila-Matas. El escritor catalán adelanta y empareja la muerte de la literatura y el final de los libros tal y como los hemos conocido durante los últimos quinientos años. ¿Será casualidad que ambos funerales hayan de celebrarse al mismo tiempo? Quién sabe.
He de reconocer que Muriel Barbery me ha sorprendido favorablemente. Y eso a pesar de haberse dejado sobrepasar por algún que otro cliché posmoderno, además de haber optado por un final excesivamente melodramático, a mi juicio. Pero tales detalles -detalles nimios- carecen del suficiente valor sustantivo como para hundir una buena novela en la que la escritora francesa ahonda en la fuerza de las apariencias, tanto a nivel individual (por aquello de la necesidad de usar máscaras) como a nivel social. LA ELEGANCIA DEL ERIZO, es una novela profundamente filosófica, una esperanzadora recuperación del uso literario como espacio para el pensamiento. Por supuesto, cabe la posibilidad de que los personajes carezcan de verosimilitud. Ninguna niña de doce años con antojos suicidas fácilmente predecibles, concibe el mundo como lo hace Paloma, una de las dos protagonistas. Para tener esa capacidad analítica, y sobre todo, para expresarla con tanta y tan lúcida soltura, hace falta haber vivido algo más de una docena de primaveras. Pero ¿importa ese detalle en el conjunto de una obra donde el cómo supera con creces al qué? Evidentemente no. No importa que la prosa y el pensamiento crítico de Paloma correspondan a una agudeza digna de Albert Einstein. Y no importa porque la autora ha ido mucho más lejos. Por medio de un juego de puntos de vista diversificados, nos presenta el retrato de la alta burguesía parisina de una forma deleterea. La visión que tanto Paloma como la señora Michel exponen con respecto a la clase dominante francesa es sencillamente vitriólica.
Todos los personajes -como todas las personas- están dotados de máscaras, con las que ocultan su verdadero yo. Tanto las dos narradoras como el resto del plantel, necesitan esconder su alma para sobrevivir. Todos nosotros aparentamos algo que no somos. Supongo que lo que nos hace interesantes es la posibilidad de desvelar lo que ocultamos.

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