jueves, 9 de enero de 2014

LEE TU POEMA Y DÉJATE DE POLLAS


Algunos escritores muestran un curioso parecido al perro en sus primeros meses de existencia. Me refiero a los primeros meses de existencia del perro, no de los escritores. El descubrimiento del YO, en el caso del cachorro canino, empieza por el rabo, de manera que el sujeto, o más bien la dentadura del sujeto, persigue a su propio apéndice dando vueltas y vueltas hasta hincarse los dientes (con lo que eso duele) o caer rendido ante la imposibilidad de alcanzar lo que sólo está al alcance de unos pocos rabilargos o contorsionistas.
Pues ese es, en resumidas cuentas, el mismo efecto de un escritor cuando se pone a hablar de sí mismo como introito a una aburridísima lectura de ripios, cuentecillos u otros opúsculos. Esa persecución recalcitrante de su propio apéndice (el YO del autor) sin llegar nunca a doblegarlo, es lo que evoca aquel que al hablar en público aprovecha para mostrarse encantado de conocerse en lugar de leer el poemilla y dejarse de memeces.