viernes, 20 de septiembre de 2013

PREFIGURACIÓN DEL APOCALIPSIS (SEGUNDA TROMPETA)


Durante la reciente conferencia del ilustre profesor y Premio Novel de Física Paradigmática, Arno Gardenius -invitado por la Cátedra de Estulticia Dramática- en el Aula Magna de nuestra ínclita Universidad, pudimos constatar que más de tres cuartas partes del alumnado asistente, invirtió el tiempo completo de la charla en el uso de dispositivos móviles, videoconsolas, tabletas, iPads, iPods y ordenadores portátiles, para diversos propósitos, ninguno de los cuales tenía nada que ver con el contenido de la ponencia sobre Paralipónenos y resultantes perentorias.
A lo largo de los cuarenta y cinco minutos que duró la disertación, elocuentemente pronunciada por el laureado científico, se escucharon más de setenta señales correspondientes a tonos telefónicos, alarmas, avisos de wassap, despertadores, disparos virtuales, músicas variadas, vibraciones y otras interferencias.
Por supuesto, el profesor Gardenius tuvo a bien finalizar su charla pidiendo disculpas a los asistentes por haber interrumpido tan cruciales quehaceres.

martes, 17 de septiembre de 2013

VOGEL




Y yo seguí a aquella mujer sin apenas reparar en lo que estaba haciendo. Porque mi cuerpo parecía dejarse llevar por una irresistible fuerza magnética que anulaba cualquier atisbo de voluntad. Y el caso es que nunca llegué a ver el rostro de la misteriosa dama cuyos pasos se deslizaban como si apenas gravitaran sobre las aceras. Ni siquiera recuerdo si su pelo era rubio, moreno, castaño, rojizo, largo, corto, rizado u ondulado. Sólo puedo decir que sus largas piernas marcaban un cadencioso ritmo que me hizo perder la noción del tiempo. Y que su paso era tan amplio y firme que, por mucho que yo quisiera esforzarme en alcanzarla, no tuve otra alternativa que contemplar impotente cómo se me iba escapando.

Poco a poco la vi alejarse por bulevares y avenidas hasta que su estilizada figura pareció evaporarse ante mi perpleja mirada. Luego, derrotado por la implacable realidad, me detuve a medio camino entre la frustración y el desconcierto. No tardé en comprender que me había extraviado. Era como si la expansión del universo hubiera afectado súbitamente a este interminable laberinto que, tal vez por inercia, llamamos ciudad.

Comprenderá entonces, querido y respetado jefe, que no haya tenido otra opción que llegar al trabajo con tres horas y cuarenta minutos de retraso.







Nota del autor: El título "Vogel", es un término de la lengua alemana que se puede traducir por "pájaro" o "ave", pero que también puede evocar la cualidad de lo etéreo o lo ingrávido.

domingo, 15 de septiembre de 2013

PREFIGURACIÓN DEL APOCALIPSIS (I)


Fui al Decathlon. ¿Por qué fui al Decathlon? Fui al Decathlon por ese apego que le tengo a mi estulticia. El subterfugio era una camiseta. O tal vez unos parches para la cámara de mi velocípedo. Da igual. Lo que yo quería era asistir en vivo y en directo al Apocalipsis. Así como lo digo: el Apocalipsis en toda su plena plenitud.
Caminar por los amplios corredores del Decathlon era como intentar evolucionar por el metro de Tokio en plena hora punta.
Era casi imposible acercarse a un estante sin chocar contra otro cliente. Ser pisado, empujado, petardeado y menospreciado, era parte indispensable de la visita.

Mocosos que tocaban sin cesar las bocinas de las bicicletas, una niña de unas siete primaveras que abroncaba a su contrito progenitor porque quería llevarse una tienda de campaña del tamaño de la Capilla Sixtina, una pareja de heptagenarios con obesidad mórbida que paseaba del brazo con la sana intención de contemplar lo que allí se cocía, un grupo de tiernos energúmenos que botaban y pateaban balones de reglamento, unas señoras que peleaban por el puesto en la cola del cajero, un empleado que realizaba demostraciones de cómo se ejercitan los bíceps braquiales con una goma fijada a una peana en el suelo, un opulento caballero que luchaba por embutirse en unos pantalones, un indolente adolescente que peleaba con su santa madre por la posesión de una bicicleta de gama alta con frenos de disco hidráulicos y cuadro de carbono, un grupo de quinceañeras que se hacían fotos con sus modernos móviles mientras desdoblaban forros polares que una estoica empleada volvía a doblar, una horda de gamberretes que desinflaban ruedas de bicicletas, un rubito muy mono de apenas tres años que berreaba por nosesabequé, un tío con más de treinta años haciendo malabarismos sobre una patineta... una masa amorfa, descontrolada y adicta a lo novedoso, que se entregaba libidinosamente a la orgía de comprar por comprar.
Y yo también.
No hubo parches ni camiseta. Penetrar en el codiciado probador costaba sangre, sudor y lágrimas. Tomé conciencia de la situación cuando había empezado a hiperventilar. Había que escapar con vida en medio del fragor de la batalla, y encontré una rendija no sin antes encajar un par de codazos en las costillas flotantes.
No tenía ni la menor idea de que hubiera tantos deportistas en una ciudad tan pequeña. Seguramente habrá que construir nuevos hospitales para atender las lesiones producidas por la práctica deportiva.