viernes, 20 de enero de 2017

ÍTACA

Ya no me esperaba Penélope. Se cansó de devanar mi ausencia y se largó a vivir su vida. No se lo reprocho. Yo, en su lugar, no habría esperado tanto. Aunque, y eso es más cierto, yo no estaba en su lugar. Eso no descarta que, algún día que otro, la siga echando de menos.
Me fui de Ítaca sin estar muy convencido. Me fui para añorar la tierra que me vio nacer. Y cuando regresé, pasados veinte años, tan solo me aguardaba mi perro.
No fue un regreso glorioso. Apenas traía nada en la valija. Algunos recuerdos, algún sueño roto, y unos cuantos surcos serpenteando por mi cara.
Volver al hogar, el sueño más antiguo que una pueda haber soñado. Volver para darse cuenta de que era yo mismo el que se bebía mi vino y se acostaba con mi mujer. Volver para saber que ya no está mi padre, que los amigos de la niñez desaparecieron para siempre, que el azul del cielo nunca será tan intenso como aquel que nos guarecía todos los veranos.
Uno vuelve a lo que creía su hogar, y se encuentra con que el suelo que antes pisaba ya no reconoce sus huellas. Tuve, eso sí, la suerte de ser rescatado por algunos seres excepcionales. Recuerdo sus nombres, sus caras, sus voces como si nunca se hubieran ido. Estaba el bueno de Miguel Dédalus con su ritmo habitual de bebedor sincopado, dos cervezas y un vino. Imposible olvidarse de la mirada azul de Ángel Mulligan, o esa forma tan cadenciosa de leer poemas de Paddy Friebe. Por cierto que, fue ayer mismo cuando me lo encontré junto al ruinoso Hospital de Finnegans e hice el gesto de estrechar su mano, al que, por supuesto, él respondió con un cálido abrazo. Luego nos centramos en los estragos de los años. Le confesé que ya no dispongo de mi célebre jab de izquierda, y que sigo sin dar mi brazo a torcer.
Los amigos; esos que están ahí antes de que los necesites. Digo yo que, más de una vez, fueron ellos quienes me necesitaron. ¿Estuve ahí? Imagino que no siempre. Quiero recordar que el bueno de Luis Purefoy, me llamó hace poco para ver si podía contar conmigo. Le dije que sí, que no pensaba largarme a incendiar Troya, ni nada por el estilo.
Molly está ahora en casa, quemándose las pestañas con el enorme ensayo que escribe sobre nosequé de la diáspora africana. Sabe que no ganará nada cuando acabe, pero eso no la detiene. Ella, aunque no lo piense, da la sensación de estar esperándome. Será porque siempre regreso a casa cuando sé que está habitada.