martes, 21 de febrero de 2017

A QUIEN PUEDA INTERESAR

Con B.P. Galdós
Estas criaturas, habitantes de nuestro arcano más recóndito, nos enseñan, un día sí y el otro también, el verdadero sentido de la felicidad.
Estos seres heroicos y pacientes, son la manifestación utópica del amor verdadero.
Suponemos lo contrario, pero lo cierto es que son ellos los que nos domestican, los que fundan un lazo definitivo con esa media naranja que los hace sentir completos. Son ellos y solo ellos los que nos garantizan sin reservas que siempre, haga el tiempo que haga, estemos del humor que estemos, habrá alguien que se alegre de vernos. 
Con Clarice Linspector
Quién si no nos comprendería como ellos hacen, incluso en la más errónea de nuestras conductas. Ni los propios hijos guardan en su interior la capacidad de regresar a nuestros brazos aunque se sientan agraviados. Ni el mejor de los amigos, te perdonaría la peor de las injusticias. Ellos no necesitan perdonar porque no saben lo que es el rencor.
El amiguete de Pablo Neruda
La gran lección de nuestros perros, porque me refiero a ellos (a quién si no) es su capacidad de ser dichosos con las cosas más sencillas. Ellos no necesitan un aumento de salario (hacen su trabajo sin exigir contraprestaciones materiales) ni te piden un telefonillo de cuarta generación, ni una consola de videojuegos. Un simple paseo les basta para sentirse los reyes del mundo. Una mano nuestra en sus orejas, es el mayor de los galardones en su escala de valores.


El "terrible" Morgan y su colega Andrés Sopeña

Porque nuestros perros tienen sus valores; sencillos e inquebrantables. Ellos viven por y para el afecto. Les basta sentir la caricia de nuestra mano para creerse habitantes del mejor de los mundos.
 
La familia de Louis Ferdinand Celine


Lo más probable es que nunca lleguen a conocer lo que Shopenhauer pensaba de ellos -tampoco lo sabe la mayoría de nuestros congéneres- pero es indudable que su esencia es uno de los mejores referentes para aquel que quisiera aspirar a ser mejor persona. 
Mark Twain y compañía
Y creedme que puedo entender a aquellos que no guardan sentimiento alguno hacia los animales, por más que no comparta esa estrambótica creencia de que el ser humano es el centro de la creación.
 Ya sé que ningún perro fue capaz de crear nada parecido a una obra de arte, ningún perro inventó artilugio alguno que sirviera para hacernos más fácil la existencia, como tampoco han construido armas, o diseñado espantosos edificios en nombre de la modernidad, o inventado sus propias razas, o despreciado a los de fuera, o se forrado a costa de los demás...
Ellos, nuestros queridos compañeros, se limitan a querernos tal como somos, en nuestras grandezas y en nuestras miserias, en nuestra alegría y nuestra melancolía.
Al menos no está solo

 Serían incapaces de abandonarnos. Algo que, desgraciadamente, nosotros hacemos todos los días con ellos.
Es tanto lo que ellos nos dan a cambio de tan poco que, mirándolo fríamente, resultan un buen negocio. 
Me pregunto qué sería de nosotros si no existieran los perros. Y me respondo que el ser humano sería otra cosa, otra cosa diferente, por no decir mucho peor, de lo que es ahora.

Menos mal que, algunas veces, tenemos el detalle de darles algo bueno. El poeta polaco Czeslaw Milosz escribió esto:


El calor de los perros, y la esencia, desconocida, de la perredad.
Y no obstante, la sentimos. En la húmeda lengua que cuelga,
en el terciopelo melancólico de los ojos,
en el olor del pelaje, diferente al nuestro y afín.
Nuestra humanidad entonces se hace más clara,
común, palpitante, babeante, peluda,
aunque para los perros nosotros somos como dioses
que desaparecen en los palacios acristalados de la razón,
ocupados en actividades incomprensibles.

Quiero creer que las fuerzas que están sobre nosotros,
librándose a operaciones para nosotros impenetrables,
tocan a veces nuestras mejillas y nuestro pelo
y entonces sienten en sí mismas este pobre cuerpo y la sangre.


A quien pueda interesar.