sábado, 5 de octubre de 2013

EL ASTRONAUTA



Hubo un accidente. Caí a una piscina vacía y aterricé en el fondo con la cabeza. Estuve en coma varios días. Durante aquella lucha a vida o muerte yo me veía flotando entre las estrellas. Tenía apenas cinco años.

Cuando desperté ya no sentía aquella ingravidez. Sentía dolor de cabeza.

Recuerdo vagamente que alguien me ofreció el regalo que yo quisiera elegir. Sin pensarlo dos veces pedí un cohete. Quería subir a un cohete y volver a flotar entre las estrellas. Me trajeron un pequeño avioncito de juguete. Pero yo no quería ser piloto; yo quería ser astronauta. Quería ver el mundo desde fuera y contárselo a los demás. Quería sumergirme en el universo y experimentar esa vertiginosa ingravidez que me hace sentir insignificante.

Más tarde me olvidé de aquel capricho, perdí la ilusión por cualquier cosa y anduve centrado en la inútil pretensión de atrapar el instante. Leía libros, me emborrachaba de inmediatez y me dejaba llevar por los delirios ajenos. En otros términos: me hice adolescente.

Esta noche he vuelto a soñar que estaba a punto de subir a una nave que me llevaría a la luna. De alguna forma, nunca abandoné el sueño de ser astronauta. Siempre he sido lo que he soñado.

Aquella fue la primera razón por la que, años después, y de forma lenta y gradual, me hice escritor. 


"Todo ángel es terrible"  (Rainer Maria Rilke)