domingo, 24 de septiembre de 2023

MARIO Y LISETTA

Andrea Camilleri
 

Lo que aparentaba ser el sueño eterno de dos amantes, va a verse interrumpido por la insaciable curiosidad del comisario Montalbano. Los amantes Mario y Lisseta, asesinados durante la segunda guerra mundial, despiertan ahora llamando a la conciencia de quien les ha encontrado. Han pasado más de cincuenta años y, a pesar de la bruma del olvido, aparece alguien que tiene preguntas cuyas respuestas poseen vocación de imposibles.

El perro de terracota es una novela más entre las muchas que Camilleri dedicó al personaje del comisario Montalbano, un tipo de carácter insufrible, celoso, despótico, obsesivo, glotón, maniático, estricto en el método y heterodoxo en las estrategias, que a su vez no tiene más remedio que soportar las ínfulas de jefes estúpidos, políticos rancios y periodistas tendenciosos.

Ahora bien, los que nos dejamos embriagar por sus vicisitudes, caeremos subyugados bajo su encanto humano, zamparemos las novelas de Camilleri con la voracidad del perro que roe un hueso de jamón, y sacrificaremos el sueño con la sola idea seguir los pasos de Montalbano y su reducido equipo de inadaptados. Facio, paradigma de la eficacia, es ajeno a los nuevos tiempos y aún se maneja a base de papelitos en los que anota absolutamente todo lo que averiguan aunque la mayor parte de los datos no sirvan para nada. Augello se pierde en la contemplación de una falda. Galluzo es un buenazo, aunque también es propenso a disparar tiros al aire y dar chivatazos a la prensa. Catarella (¡qué grande Catarella!) patoso hasta el paroxismo, pero referente moral, amén de genio innato de la informática. Y el viejo dottore Pascuano, goloso impenitente que fantasea con hacerle la autopsia a su querido comisario.


Con estas y otras mimbres Camilleri construye un hito en el cuadro de la novela policíaca. Al igual que Conan Doyle y Simenon, Camilleri crea con Montalbano un fenómeno de impredecibles repercusiones
editoriales al tiempo que atrae a millones de lectores al ejercicio literario, digno de un versado dramaturgo, en el que el estilo y el pensamiento priman sobre la trama. Camilleri roza lo sublime en la definición de cada uno de los personajes evitando describirlos de forma directa al modo galdosiano, y optando por sus acciones, sus conflictos y sus errores.

Lejos de los inverosímiles héroes de la pantalla, la humanidad de Montalbano, su estéril combate contra el afán de protagonismo de la clase política, su empeño en conocer la verdad por encima de la caza al culpable, le hacen merecedor de un lugar fuera de lo establecido en la novela negra.

A través de los relatos de Camilleri el ávido lector entrará en el universo mítico de Sicilia, en escenarios inventados que son paisajes reales poblados de personajes robados de lo cotidiano: matronas vociferantes, empleados taciturnos, porteras chismosas, ingenuos choricillos, inmigrantes despreciados, beatas de estampita, curas de cabecera de mafiosos, abogados tortuosos y, sobre todo, gente humilde, individuos desposeídos de todo menos de su dignidad.

Montalbano no es infalible: carga con sus miedos y sus pesadillas como lo hace el resto de los mortales, con la única diferencia de que, el comisario de policía de Vigata, el gourmet de las trattorías de Sicilia, capaz de contemplar un cadáver e incapaz de presenciar una agonía; se nos ha hecho inmortal... al menos para unos cuantos.