viernes, 13 de enero de 2012

BAJO LA ARENA

Estamos tan acostumbrados a solazarnos con espectáculos circenses, tan habituados a la ramplonería de lo que sucede sobre la arena de la ordinariez, que hemos olvidado nuestra capacidad de experimentar y reflexionar sobre las hondas verdades que incumben a nuestro yo interior.

Bajo la arena del circo, situaba Federico su teatro más avanzado; aquel que hablaba de las verdades humanas y rechazaba las máscaras de la apariencia con las que ocultamos nuestros más íntimos anhelos. “La realidad y el deseo”, o mejor dicho, la realidad contra el deseo, el conflicto que genera todo ese sufrimiento sobre el que Cernuda construyó su obra y su existencia. “Donde habite el olvido / En los vastos jardines sin aurora / Donde yo sólo sea / Memoria de una piedra sepultada entre ortigas/ Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.” Pues sí, donde habita el olvido; precisamente allí donde viven esos impulsos que tan celosamente pretendemos esconder.

Hoy resulta obvio que nos hemos quedado en lo superficial. Aquellos que con tanto denuedo buscan  los huesos del poeta, parecen olvidar que su corazón sigue latiendo en sus versos. El verdadero Federico está mucho más vivo que esas novelas de aspecto rimbombante e interior hueco escritas todavía con los mismos parámetros del siglo XIX. Historias que seguirán muchos años en el mercado, pero que nacieron como cadáveres antiliterarios. Aquellos, decía, que se empeñan en distraer la atención especulando en la pura escatología, son incapaces de explicar al lector medio cómo se debería afrontar la lectura de “Poeta en Nueva York”. Sigue prevaleciendo el “poeta popular” del “Romanceroy el “Poema del Cante Jondo”, sobre el genio de lo sublime que creó “El Públicoy “Así que pasen cinco años.

Lo estamos perdiendo, y también estamos perdiendo la oportunidad de gozar con ese “Pequeño vals vienéseste vals, de sí, de muerte y de coñac, que moja su cola en el mar- donde cada imagen, cada sensación, se superpone en las fibras más sensibles del lector, creando universos de olores, sabores y emociones, más allá de lo formal y lo inteligible. Estamos dejando pasar la oportunidad de descubrir que todavía podemos ser lectores de talento a los que no nos parezca un galimatías ese lenguaje prodigioso de un hombre que se define a sí mismo como un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. Esa cosa tan rara que, a más de uno, le parece “El público”, se puede explicar con palabras sencillas, se puede interpretar punto por punto, hasta descifrar el alma de un hombre atormentado por la terrible consciencia de que el amor es producto de la casualidad, de lo cual se infiere una enorme tragedia: podemos pasarnos la vida amando sin ser amados… y viceversa.

En “El público”, Federico se retrata a sí mismo por dentro, abre sus vísceras de par en par y se nos muestra tal como es; sin máscaras, sin convenciones sociales, sin eufemismos. Pero hace también algo mucho más comprometido: nos abre el camino hacia nuestro yo más profundo, hacia aquello que sabemos pero pretendemos ocultar. Todo eso que nos incomoda en nosotros y escondemos de las miradas ajenas.

lunes, 9 de enero de 2012

TANGO de Slawomir Mrozek.



(A continuación transcribo textualmente -o casi- un fragmento extraído de la conversación entre el señorito Arturo con Edek, que hace las veces de criado, perteneciente a la obra "Tango" de Slawomir Mrozek)





(ARTURO: ¿Se te ocurre alguna idea Edek?)
EDEK: El progreso, señor.
ARTURO: ¿Cómo hay que entenderlo?
EDEK: En general. El progreso.
ARTURO: ¿Pero qué progreso?
EDEK: El progresista. Hacia delante.
ARTURO: Es decir, el que avanza.
EDEK: Así es. Con la parte delantera hacia delante.
ARTURO: ¿Y la parte trasera?
EDEK: Con la parte trasera también hacia delante.
ARTURO: Pero entonces la delantera se convierte en trasera.
EDEK: Eso depende de cómo se mire. Si se mira de atrás hacia delante, la parte delantera estará delante, aunque por detrás.
ARTURO: Lo veo poco claro.
EDEK: Pero progresista, señor.

El fragmento del texto dramático “Tango” que acabas de leer no es más que una muestra del genio creativo de Mrozek. ¿Te suena? ¿A que no? ¡Faltaría más! Estamos hablando de un gran escritor, y no de un foliculario mediático, que es cosa diferente. El escritor polaco ha empezado a ser conocido en España gracias a las publicaciones de la editorial Acantilado que recogen una pequeña parte de sus relatos. El árbol, El elefante, La vida contemporánea, Huida hacia el sur y otras compilaciones de la obra breve de Slawomir Mrocek nos dieron una idea de lo que un autor puede lograr despojando el estilo de florituras y afrontando el acto supremo de la creación literaria como un homenaje a la inteligencia en acertada complicidad con el lector. Pero el teatro de Mrozek es un punto y aparte. Estamos hablando de una de los mejores textos dramáticos que se han escrito en el siglo XX. La visión del concepto socio-político del mundo a través de una familia subyugada por la necesidad de buscar sentido a una existencia que carece del menor sentido –Cioran mediante- ha sido expuesta de manera prodigiosa por el prolífico autor polaco. Esta obra es una pieza que se presta a servir de guía por nuestros recodos más oscuros, pero también una de esas gozadas para ese tipo de lectores que se atreven con el teatro como joya literaria y no sólo como espectáculo. En “Tango” está contenido lo mejor y lo peor de la condición humana sin que parezca metido con calzador. Esta pieza, de una agilidad asombrosa, posee un pensamiento que explora más allá de lo razonable, hasta derribar todos esos mitos sociales que nos enseñaron en nuestra más tierna infancia. Leyendo este texto, uno puede reconciliarse con sus ideales, e incluso puede que sirva de estimulante para enviarlos a paseo. El ideal está muy bien en la circunscripción del universo de las ideas; cosa diferente es la puesta en práctica. Eso ya es harina de otro costal.
Frente a la insustancialidad de lo que hoy se nos vende como teatro, y que luego resulta ser un subterfugio para adormilar conciencias, el “Tango” de Slawomir Mrozek tiene tanta sustancia que podría resultarnos indigesto, sobre todo a los que corran el riesgo de sentirse retratados.