miércoles, 23 de noviembre de 2011

Y POR FIN BECKETT


La cámara negra se derrama sobre el escenario como una cascada de oscuridad. De cuando en cuando, en medio de la penumbra, una voz exterioriza la obsesión por la vida y sus interrogantes que Beckett cuajaba en los grumos de sus textos. Vladimir y Estragón esperan el advenimiento de una divinidad que nunca llegará. Esperar ¿para qué? ¿No sería mejor vivir intensamente cada instante y dejarse de pamplinas? Winnie recuerda sus días felices mientras es enterrada literalmente, pero esta vez la arena es sustituida por los cuerpos de los actores; unos cuerpos que se retuercen como un volcán en erupción. Una boca muda recita No, yo, en la pantalla del fondo. Los personajes corren de voz en voz, ofreciendo una escala de matices que hace estallar la monotonía en mil pedazos. Y entonces se obra el milagro de la escena: unos textos aparentemente ásperos y herméticos como la existencia misma, se convierten en poesía con la música de las voces y la dolorosa contorsión de los cuerpos.
Apostar por lo más difícil y salirse con la suya. Mientras muchas compañías universitarias se sienten realizadas escenificando el cuento de Caperucita Roja, los chicos de Sara Molina se dejan la piel en los ensayos y muestran al genio irlandés –o mejor dicho francés- en la plenitud de sus facultades. Los textos elegidos, por ser un angustioso canto a la existencia, una sinfonía a la necesidad del tedio, son ya un mito para los amantes del teatro. Pese a la ramplonería imperante en nuestros días, todavía somos legión los que abrimos las páginas del Molloy e hiperventilamos razones para seguir creyendo en la fuerza de las palabras.
Hay que tenerlos bien puestos para perpetrar un Beckett sin vocales y, para colmo, entusiasmar a un público presente que es el futuro sustento del teatro. Que otros recalcitrantes se empeñen en tripitir lo archisabido, que nuestras funestas televisiones nos aticen anualmente con el Tenorio de todos los muertos, que los teatros oficiales sigan cerrando las puertas a la creatividad. Da igual: Sara, Ahmed, Cristina, Borja, José Luis, Mª Carmen, Patricia, Ana, Ana Maria, Inma y Cristina, sois la razón por la que el teatro permanece con vida muy a pesar de los pesares.
Samuel Beckett escribió: “Todo de antes, nada más jamás. Jamás probar, jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez, fracasa otra vez, FRACASA MEJOR”. Si somos capaces de entenderlo, entenderemos la esencia de la literatura.