domingo, 2 de julio de 2017

AUNQUE EL AMOR DUELA

La belleza no es un lugar común, ni un territorio gobernado por una mente caprichosa y, sin embargo, está sujeta al arbitrio de los gustos; los imperantes y los más refinados.
Donde unos se recrean en la popularidad de los tenores con un buen chorro de voz, de las sopranos prestas a los gorgoritos y a romper copas de cava con chirriantes agudos, otros nos complacemos en la calma sublime de la música casi susurrada, de la melodía que nos mece como los cálidos brazos de una madre. 
Raquel Andueza, soprano de voz natural versada en la música del primer barroco, extraordinaria intérprete de los Madrigales de Claudio Monteverdi, encarna a ese tipo de cantante que nunca triunfaría en la Scala de Milan, nunca llenaría estadios de fútbol ni palacios de los deportes. Y no lo hará porque su forma de cantar, aparte de ser un epítome de coherencia, un monumento a las pasiones íntimas, es un enjambre de pura belleza sin artificios, sin concesiones a la galería, sin lucimientos innecesarios: la voz de Andueza -o tal vez lo que sólo ella es capaz de hacer con su delicado instrumento-  es la esencia de la música en estado puro.
La Galanía en el Patio de los Arrayanes
La Galanía, ensemble de lujo de música antigua, y su maravillosa solista Raquel Andueza, eligieron un repertorio exquisito para coronar al Gran Monteverdi bajo las arcadas del Palacio de Comares. Optaron por hablarnos del amor sufrido, de la necesidad de amar aunque el amor duela, de la pasión con que algunos seres son capaces de experimentar tan misterioso sentimiento. Lejos de pretender un lucimiento vacuo y narcisista, Andueza y los suyos conmovieron con una soberbia andanada de cargas de profundidad: interpretaron la música sin florituras, sin la menor licencia al exceso, sin caer en el fácil fuego de artificio para arrancar ovaciones. Raquel y los suyos no se permitieron un solo desfallecimiento, de hecho el programa fue creciendo en complejidad emocional a medida que la fría noche se templaba con las notas de Merula, Cavalli, Marini, Anglesi y Kapsberger, hasta rozar el cielo con el Lamento della Ninfa, donde la soprano vació toda la pasión del universo en los versos del prodigioso madrigal. 

«Haz que vuelva mi amor
tal como antaño fue,
o déjame morir, para que
no sufra más.
(...)
Ni tendrá nunca
besos tan dulces de esa boca,
ni más tiernos, ay calla,
calla, él bien lo sabe.»

 La voz, la sublime voz de Raquel Andueza, su saber estar y su compromiso con la belleza -incluso en la propina de Lully, ya fuera de programa- nos recordaban que quien no ha sufrido el tormento del desamor, nunca podrá valorar las delicias del amor verdadero. Sufrimos por el amor no correspondido y, sin embargo, necesitamos amar... aunque nos duela.



Más vale trocar
plazer por dolores
que estar sin amores.
(...)
mejor es penar
sufriendo dolores
que estar sin amores.

(Juan del Encina 1496)