Nos mueven otros. Otros
que no son éstos. Éstos tan solo son molinos de viento que agitan
los brazos cuando los otros les soplan. Da igual la sonrisa con que se retraten. Da igual la melodía con que nos adormezcan. Son molinos, que no gigantes. De vez en cuando alargan la
mano para recoger unas migajas de agradecimiento, pero el viento -los
otros, los que ordenan- les sopla tan fuerte que apenas pueden moverse de su sitio por
miedo a quedarse fuera del edén que les tienen reservado.
Eso sí, muy de tarde
en tarde, aparece algún desquiciado que carga contra los molinos y les hace algún agujero en la manga,
aunque no suele contar con la ayuda del viento.