viernes, 6 de enero de 2012

JEAN GIONO (UN REY SIN DIVERSION)

Jean Giono




Yo soy uno de esos muchos lectores de Jean Giono que tuvo la fortuna de toparse con aquel magistral relato titulado “El hombre que plantaba árboles”. Pasaron años después de ese primer contacto hasta que, por obra del azar, volví a reencontrarme con el mítico personaje de Elzeard Bouffier en un bellísimo corto de animación del canadiense  Frèdéric Back. La fascinación por aquel cuento fue tal que no me detuve hasta que conseguí hacerme con la hermosa edición de Norma, que recreaba en su portada un hayedo envuelto en los colores del otoño, cuyos troncos parecían salirse de la imagen. He regalado incontables veces ese libro a amigos, familiares y conocidos, como si con ese gesto pretendiera extender a los cuatro vientos el amor por la naturaleza que destila el relato de Giono. Pero no era esa la verdadera exégesis del libro: lo que “El hombre que plantaba árboles” transmitía era la necesidad del ser humano de dejar una huella tras de sí, de pasar por la vida –a ser posible- mejorando el mundo en que vivimos. Sembrar, por más que algunos se empeñen en hacer justamente lo contrario, es trascender más allá de nosotros mismos.
Francis Bacon escribió: “Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”. Este debería ser el caso de “Un rey sin diversión”. Este libro, en la edición de Impedimenta, adquiere dos dimensiones irrepetibles. En primer lugar estamos ante una novela de largo recorrido, no necesariamente extensa en el tamaño, pero sí lo suficientemente amplia en las formas como para abarcar un argumento que entra a un mismo tiempo en todos los géneros y en ninguno. Según plantea la sinopsis que uno suele encontrar en las solapas de este relato, habría que pensar que nos hallamos ante una novela de intriga. Nada de eso es cierto. El uso de unos crímenes en cadena y la situación de los mismos en un escenario marcadamente rural, es un pretexto para el advenimiento del personaje de Langlois un oficial de policía cuya presencia será generadora de la mayor parte de la narración. Langlois aparece y desaparece de forma explosiva en la novela porque su figura es totalmente heliocéntrica en la narración de Giono. Se diría que tanto el bosque que sirve de escenario como el resto de los personajes, giran en torno al líder que encarna este macho alfa de la manada.
Por otra parte merece especial atención el libro como objeto en sí. Raras veces he encontrado ediciones que supieran aunar la belleza simbólica del texto con un envoltorio francamente tentador. Desde la acertada elección de la ilustración de la portada, hasta el áspero tacto de las tapas, pasando por la densidad del papel impreso y la pulcritud de la traducción de Isabel Nuñez; la novela que ha publicado Impedimenta es toda una experiencia en manos del lector. En este caso “Un rey sin diversión” podría ser ese regalo que uno debería hacerse a sí mismo con todo su cariño y, a ser posible, al margen de los dictados del mercado, esto es, fuera de las entrañables fechas de obligado consumo.