MAR DE NUBES
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jueves, 20 de septiembre de 2012
TABÚ
Entre los muchos artilugios que
fueron creados para facilitar la convivencia en sociedad, siempre ha existido cierta restricción a la hora de expresar aquellas opiniones, sentimientos y emociones que pudieran incomodar al pójimo. De entrada habría que aclarar que no es del todo malo callar aquello que pueda molestar a los demás. El raro arte de saber estar incluye cierta prudencia a la hora de verter palabras que podrían dañar la sensibilidad de quien las escucha.
Otra cosa diferente es la cuestión del tabú. Los tabúes nacen generalmente de los prejuicios, de las ideas preconcebidas sobre asuntos que nada tienen de dañinos. El tabú por excelencia de la época victoriana fue indudablemente la sexualidad. Hablar de sexualidad -lo de practicarla ya es otro cantar- no ha estado bien visto hasta hace muy poco tiempo. Tan escaso tiempo hace de aquellos años de silencio, que todavía hay un cerril reparo a aceptar que el 99 % de los seres humanos practican la
masturbación
y el 1 % restante miente al respecto. Se puede hablar con cierta naturalidad –aunque para ello se usen ridículos eufemismos- del estreñimiento o las pérdidas de orina, y sin embargo algo tan generalizado como el autoerotismo permanece aún encerrado en el armario de lo íntimo. Curiosamente nuestra sociedad considera íntimas aquellas cosas que todo el mundo tiene o practica. Se llama ropa íntima a la lencería femenina, si bien el concepto de
intimidad
define aquello que incumbe únicamente al individuo.
De igual manera, los temas tabú afectan a territorios tan públicos como la propia prensa. Lo que los periódicos recogen en sus páginas está estrechamente condicionado por intereses que van más allá de la verdad. No hay más que ver como describen un mismo hecho cada uno de los periódicos que coexisten en nuestros kioscos para darse cuenta de que la verdad puede tener infinitas lecturas. No olvidemos que al poder le es relativamente fácil caer en la tentación de prohibir todo aquello que no le es conveniente.
Esto es básicamente lo que conocemos por realidad: la pura apariencia. Nada se muestra tal y como es, sino tamizado por convenciones y conveniencias. Igual que un periodista no suele morder la mano que le da de comer –recordemos que todos los periódicos españoles reciben subvenciones de diferentes organismos estatales- nadie está dispuesto a manchar su reputación exponiendo su intimidad ante los demás. Hoy todavía nos parecería extraño escuchar en un amigo o amiga, de los llamados íntimos, excusarse tras haber llegado tarde a una cita, porque se había entretenido relajándose con algún juguete sexual.
El tiempo siempre actúa transformando los valores, aunque las diferentes ideas de lo que es el progreso estén condenadas a convivir, superponerse e incluso confundirse. Lo que a algunos les puede parecer absolutamente normal, a otros les seguirá pareciendo pecado. Nuestro cuerpo ha sido visto como un pecado, nuestros deseos han sido tachados de pecaminosos, hasta la risa fue pecado. No olvidemos que en la historia de la humanidad, en el arte y en el vivir, no hay mayor
pecado
que el de la libertad.
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