lunes, 16 de abril de 2012

CREDO

Sophie Scholl

No creo en la teoría de los universos paralelos ¿cómo iba a hacerlo? Tampoco creo en Buda, ni en Cristo, ni en Mahoma, ni en Osiris, ni en Zeus, ni en Júpiter –que es lo mismo pero en latino- ni en Baal, ni en Quetzalcóatl, ni en la madre que los parió a todos, pero sí creo en Homero, que nunca existió como tal pero al menos supo –quién quiera que fuese- explicarme el significado de la condición humana.

Creo eso sí en el vino de Malvasía y en el Riesling y en los caldos que inspiraron la lucidez de Omar Khayyam. Creo en las putas de Baudelaire, en la sífilis de Nietzsche, en las profecías de William Blake, en la angustia de Bukowski, en los milagros de Einstein, en la obstinación de Gandhi, en la memoria de Ayala, en el ortóptero de Kafka. Creo en el efecto mariposa, siempre que se trate de un espécimen de mariposa monarca. Creo en las cogorzas de Thomas y Lowry, en la fuerza evocadora de Debussy, en las indelebles huellas de Amundsen sobre la nieve austral, en las interminables noches del verano andaluz, en el tiovivo de Montmartre, en la inmortalidad de Frau Scholl, en los ritos paganos de la cosecha, en Le Sacre du printemps, en las luminosas cuerdas de Weiss.

No creo en la humanidad, pero creo ciegamente en la llegada del no hombre y en el advenimiento del pensamiento complejo para un mundo complejo. No creo en los ismos, en las doctrinas, en la fe, pero sí en las ideas, en la espoleta de Hessel, en la individualidad de Sade.

No creo en la literatura, pero sí en el vibrante poder de las palabras.

No creo en dios.

No creo en Marx

No creo en Adam Smith

Pero sí en los psicotrópicos valses de Waitts, en la efervescente ausencia de Lorca, en la mitológica existencia de Sócrates, en la contumacia de las moscas, en el vértigo de unos hombros barnizados por el sol y en la escrutadora mirada de unos ojos mielados. Mejor diré que creía. Ahora creo más bien en la duda.

Creo en los enjambres de poetas ignorados, en esa persona que observa impasible un mar de nubes.

Creo en la diosa inspiración, en la luz enervadora de los orgasmos pretéritos, en el brillo persistente de esos astros que dejaron de brillar hace milenios.

Creo en Perec y en la importancia de las cosas insignificantes.

Creo en el abismo sobre el que camina la humanidad.

Creo en la inminente victoria de los derrotados.

No creo en las brujas, ni en los vampiros –personalmente los encuentro tan inverosímiles como aburridos- pero sí creo en la magia del hipocampo. No creo en las novelas policíacas, pero sí en algunas de detectives.

No creo en la metempsicosis pero tal vez algún día me acabaré de creer  lo de la inevitable necesidad de palmarla para dejar sitio a los demás.

No creo en la cobardía, ni en las rebajas de verano, ni en las promesas de candidato.

Creo firmemente en mi no libertad, en mi no posteridad, en mi no deseo, en mi no soledad, en mi no realismo, en mi no seriedad.

Creo en todo lo absurdo, lo visible y lo invisible, lo vivido y lo venidero. En el Bartleby de Melville, en el Knecht de Hesse, en el Alceste de Poquelin, en el libertinaje de Rochester.

Creo en Freud, pero no en Sigmund, sino en Lucien.

Creo en la inmediatez del deseo y en nuestra providencial incapacidad para materializarlo, pero también creo en la capacidad innata de los primates superiores para proferir gilipolleces, pero también creo en la inutilidad de todas las estadísticas, pero también creo en ese señor bajito que piensa justamente lo contrario que yo. Eso sí, que le vayan dando.

Creo en la inmortalidad de las amapolas

Y creo en la absenta.

Creo en la absenta

Creo en la absenta y en sus múltiples cualidades.

Creo en la absenta y en su contrastada eficacia para destruir neuronas que, por otro lado, tampoco servían para mucho.

No creo en Atanasio Ropero pero sí en este yo que se resistirá a ser hasta el fin de los días.

No creo en la Cultura, o al menos en lo que Ellos entienden por cultura.

No creo en el arte y mucho menos en los artistas, porque a lo que parece, todos los diletantes se creen artistas. Lo sé por propia experiencia.

No creo en la inteligencia, pero sí en la imaginación.

En realidad creer, lo que se dice creer, no creo en nada; en nada salvo en el hombre que sueña.

También creo que creo en la incertidumbre, eso sí, unos días más que otros.

Es una verdadera lástima que todas estas palabras juntas no sirvan para escribir una novela. ¿O sí?

(Pertenece a la novela apócrifa "Geografías apócrifas" de autor apócrifo)