domingo, 9 de diciembre de 2012

EL TESORO DE OCCIDENTE



Todo aquello que se nos oculta de la mirada en los espacios que identifican la civilización es desvelado con impudicia a través de las ventanillas de los trenes. El trayecto del ferrocarril nos proporciona paisajes de todo tipo: desde la radiante belleza de las dehesas, hasta la sordidez de los suburbios. Nadie se ha ocupado de esconder esas toneladas de chatarra que se agolpan junto a las vías. Nadie limpia los arroyos de fango que discurren junto a la oruga mecánica.   Eso sería como esconder la verdad. En alguna parte habrá que apilar lo que ya no sirve.
Girones de plástico, lavadoras oxidadas, tresillos desvencijados, tubos de escape, ruedas de automóvil, fragmentos de alicatado, cascajo, ropa descolorida, teléfonos móviles, gallinas muertas, ordenadores, bolsas de la compra, bolsas de basura, minibolsas, bolsas gigantes, viejos televisores, sostenes potrosos, zapatos impares, maletas… el tesoro de una gran civilización. 
Si somos lo que producimos, mucho me temo que nuestra capacidad de generar despojos empieza a ser nuestro mayor patrimonio.