lunes, 26 de septiembre de 2016

DRÁCENA

Dracaena marginata



En un rincón del saloncito de mi casa tengo una hermosa drácena con dos troncos y un sin fin de hojas alargadas como cintas. Durante de los últimos años he ido comprobando que esta planta tiene una curiosa relación con la música. El caso es que suelo escuchar algunas piezas en mi viejo gramófono, cuyos altavoces no están muy alejados de la drácena y he podido constatar que mi exuberante compañera cambia de morfología. Pero lo más curioso es que no reacciona igual con todas las músicas que le invito a gozar. Si le pongo alguna obra de Händel, ella no tarda en presentar un aspecto grandilocuente, e incluso algo engreído. Por contra, con los nocturnos de Chopin se me torna algo mustia, como si hubiera perdido la alegría. Con Johann Sebastian no tarda en mostrarse trascendental elevando sus hojas hacia el infinito, mientras que al escuchar a Mozart, da la sensación de estar envuelta en el puro entusiasmo.
Pero he aquí que, si me siento al piano y acaricio con la debida delicadeza un arabesco de Debussy, toda ella se recubre en radiantes florecillas como explosiones de aromas inéditos y sonrosados colores.