jueves, 30 de diciembre de 2010

LA TERCERA OPCIÓN

Al hilo de estas ociosas polémicas sobre la pertinencia o no de determinadas tradiciones, parece ser que uno está obligado a alinearse a favor o en contra de celebrar acontecimientos pretéritos, como si nos fuera la honra en ello. He de aclarar para empezar que, en esto del día de la Toma, me posiciono en contra de todos, incluso de mí mismo. Con ello quiero decir que no estoy ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario. La celebración de la Toma de Granada me es someramente indiferente. Y no será porque los homenajeados me caen bien. Vamos; que a mi modo de ver los Reyes Católicos sólo les caen bien a los que no han estudiado historia o a los que pretenden que la historia se debería escribir con las glándulas productoras de testosterona. El caso es que, pasados ya cinco siglos, se me antoja una solemne pérdida de tiempo. Ponerse a debatir sobre si es bueno o malo tremolar ajados pendones y vociferar consignas, tiene menos contenido que un percebe. Eso sí; el percebe suele dejar mejor sabor de boca que todos esos acalorados discursos sobre lo correcto. Otra cosa diferente es lo de mostrar el desacuerdo con tales liturgias por medio de insultos fáciles y ramplones. Cuando uno disiente, debería razonar y ser razonable.
Haga cada cual lo que le parezca oportuno y déjese al otro el derecho a machacársela si le place, siempre y cuando no salpique. Ya sé que acabo de soltar una frase hecha, pero cada día que pasa voy apreciando más el hecho de haberme apuntado al club del meimportaunbledismo. ¿Por qué? Pues porque la edad le va enseñando a uno que el tiempo vuela y que, a ser posible, se debería concentrar la atención en cosas verdaderamente significativas. ¿Cómo podría derrochar mi efímera existencia en festejillos locales, cuando tengo problemas reales en los que pensar? ¿Acaso no es más alarmante la decadencia cultural, educativa y moral en la que estamos dejando caer a las generaciones que nos siguen? ¿Nadie dice nada sobre la eliminación arbitraria de la presunción de inocencia que se ha perpetrado bajo supuestos marcos legales? ¿Es posible que nos quedemos de manos cruzadas cuando los causantes de esta depresión económica reciben ingentes ayudas del estado, arrancadas del bolsillo de la clase trabajadora, y no tengan el menor empacho en desahuciarnos y seguir beneficiándose a costa de la miseria que han sembrado?
Si me apuran, hasta cruzar con mi perro el paso de peatones de la avenida de Murcia y llegar al otro lado con vida, se me antoja más importante que los actos conmemorativos de la unificación forzosa de España. Sí, ya sé que el advenimiento de un nuevo estado supuso la expulsión de moriscos y judíos, la proliferación de los autos de fe, quema de herejes, y otros refinamientos por el estilo. Para eso está la historiografía; para que podamos asumir que no todo fueron glorias en nuestro pasado. Para que entendamos que una patria es algo que se creó a partir del interés particular de un soberano, a base de fuerza bruta y prejuicio. Y sin embargo, el tiempo transcurre y la mayoría de los culpables mueren en el olvido. Se emprenden nuevos retos e ilusionantes proyectos. Si para algo tenemos los ojos en la cara es para mirar hacia delante, en lugar de pasarnos la existencia enfrascados en rememorar un lejano pasado.
Las sociedades deberían evolucionar, digo yo, para mejorar en lo posible, y no para encasquillarse en la recalcitrante nostalgia.