Contraviniendo
la manida imagen del cine hollywoodiense donde el intrépido
caballero, florete en mano y bigotillo en ristre, se enfrentaba al
villano ante el rictus de terror de la damisela; las mujeres de una
batucada granadina redujeron sin pensarlo dos veces a un perturbado,
armado con un cuchillo, que pretendía rajar -y lo consiguió al
menos en dos ocasiones- sus instrumentos de percusión. Las manos
vacías frente a la inminente amenaza del arma. Ya lo advertía
aquel viejo teniente de artillería en mis tiempos de obligado
servicio militar: "que las armas las carga el diablo y las
esgrime un gilipollas"
La
diferencia entre ambas imágenes estribaba en que aquella primera, la
del cine primigenio, era pura ficción, mientras que las valientes
mujeres de la batucada arrojando las baquetas al suelo y lanzándose
contra el agresor (sin patearlo, sin abusar de su fuerza física) es
una imagen real que, desde hace siglos, se viene repitiendo en la
forma de tantas mujeres que, injustamente relegadas en todos los
ámbitos de la sociedad, han seguido trabajando a pesar de cobrar
menos por las mismas funciones que un hombre, siguen criando hijos,
manteniendo hogares y creciendo en lo profesional y en lo humano a
mayor ritmo que sus compañeros.
La
marcha del 25 de noviembre contra la violencia machista demostraba en
sí misma que sigue siendo necesaria para hacernos tomar conciencia
de que formamos parte de una sociedad donde el esfuerzo no siempre es
compensado con equidad, y donde los rancios valores del "dios,
patria y justicia para quien pueda pagársela" amenazan con
regresar, si es que no han regresado hace tiempo.
Poco
importa si el agresor era un desequilibrado, o si su intencionalidad
era o no de origen sexista. Lo que importa en este caso es que frente
a una amenaza mortal no bajó del cielo un improbable supermán a
desarmar al malvado; y no bajó porque los héroes de ficción nunca
fueron necesarios, y porque las mujeres ya no se tragan las
paparruchas del cuento -adulterado- de Caperucita.
Las
mujeres a las que pertenezco -digo bien- me han demostrado que el
valor no está situado en las glándulas masculinas, sino en el
espíritu irreductible del que vuelve a levantarse cada vez que cae
al suelo, y sigue peleando por lo que es, a todas luces, justo y
verdadero.
Bien
por ellas
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