Miguelito es hijo de una encina. Un día se cansó de crecer y dijo,
hasta aquí hemos llegado. Se negó a aumentar de tamaño por dentro
y por fuera. De nada sirvió que su madre le insistiera en que debía
hacerse grande. Miguelito, erre que erre, dijo que todo el mundo
crece y que aquello, cuando menos, le resultaba una ordinariez. Ahora
le ha dado por invertir la posición, hincando las hojas en el suelo
y alzando las raíces al cielo. Yo lo llamo por teléfono y le
pregunto qué hace. Miguelito me contesta: pues ya ves, el pino con
las orejas. Yo prefiero no llevarle la contraria porque lo conozco
bien y sé que se iría por las ramas. La gente ha empezado a
murmurar. Dicen las malas lenguas que tiene pájaros en la cabeza.
Nada más lejos de la realidad; Miguelito tiene pájaros en los pies.
En simbología, el árbol une la tierra (las raíces) con el cielo (la copa). Es contacto entre lo más carnal y lo más celestial. Invertir la oferta es tentador: hundir las raíces entre los dioses y la copa en la tierra fértil y honda. Genial. Gracias. Con todo, me habría gustado crecer algo más, pero me conformo con lo que tengo. No sabéis los altos las enormes ventajas de que disfrutáis: tener que sacar la escalera de mano para lo más mínimo es, cuanto menos, cansado.
ResponderEliminarPerdona, pero -en los tiempos de la guerra- cuando hice la mili (vestío de romano) se me salían los pies de la cama y cogía resfriados podológicos. Eso era una injusticia. El mundo no está pensado para los larguiruchos. Y si no, vete a comprarte unas zapatillas del 45, a ver si hay pares sueltos.
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