Pienso en Hirayama más de lo que imaginaba cuando vi aquella película. Quizá porque su nombre ha quedado en mi interior como el único personaje del cine que me ha llegado a cautivar sin reservas. El cine suele mentir tanto que, cuando dice la verdad, podría incluso provocar miedo.
Hirayama no necesita mucho para vivir, porque sabe valorar los pequeños instantes de placer que alberga la vida. Ha pasado ya de los sesenta años y, aunque todo hace pensar que procede de una familia opulenta, ejerce un trabajo que consiste en limpiar retretes públicos en Tokio y lo hace con absoluta profesionalidad. No se trata de una existencia de privaciones sino de un modo de ser y pensar arraigado en la coherencia. Con Hirayama descubrimos que la austeridad puede estar salpimentada por la exuberancia de los íntimos placeres; placeres sin lujo, sí, pero auténticos placeres. Es tímido, tanto que apenas escucharemos su voz hasta los treinta minutos de película. Sin embargo, nos bastarán sus gestos, su mirada, y su infinita ternura para ir conociendo al hombre que ha encontrado la alegría de lo cotidiano y el encanto de las excepciones en una vida reglada a fuerza de rutina. Hirayama ha entablado amistad con los árboles, incluso con el Skytree, la gran torre de radiodifusión que parece amparar los largos desplazamientos del cochecito que conduce nuestro personaje para desplazarse cada día al trabajo.
A
través de los ojos de
Hirayama
el espectador podría alcanzar a vislumbrar esos extraños momentos
de evanescente belleza que hacen soportable una realidad pavorosa
porque, en el polo opuesto de la aparente austeridad del
protagonista, se expone (y no sin cierto grado de obscenidad) una
sociedad de abundancia donde todos somos indigentes morales que
únicamente existimos con el objetivo de tener más.
Aunque no quede explicitado, sabemos que la vida de Hirayama no ha sido fácil, y que en su humilde existencia ha encontrado una forma de estabilidad emocional a la que no va a renunciar por todo el oro del mundo, pues todo el oro del mundo es lo que menos interesa a quien sabe que el dinero puede comprar muchas cosas, pero jamás podrá adquirir tiempo.
La complejidad del personaje no se deja apabullar por las comparaciones, -aunque parezca hundir sus raíces en aquel viejo Marcovaldo de Italo Calvino- y desarrolla una personalidad absolutamente singular y un brillo interior que se apodera de la pantalla sin necesidad de banales efectismos. La tragedia de la vida y sus efímeros gozos, se amalgama en el rostro de un espléndido Koji Yakusho (Babel 2006, Sonata en Tokio 2008, Hara-Kiri 2011, Under de open Sky 2020) el actor que da vida a Hirayama y que, en el largo plano de los minutos finales, borda una de las mejores secuencias del cine universal.
Uno se planta ante un personaje de esa envergadura y sabe que no va a obtener demasiadas respuestas, pero en su lugar tendrá que buscar las suyas para las preguntas que, a buen seguro, va a descubrir.
La película se titula Perfect Days y fue dirigida por Win Wenders en 2023.
Habrá que verla. El dinero no es lo importante, sí: su ausencia total, la absoluta indigencia sí lo convierte en importante. Sobre todo cuando ves a tu alrededor morir de necesidad a la gente que te importa. Desde nuestra sociedad de la opulencia, juzgamos y hablamos, pero hay que ponerse en el otro lado. Sí es cierto que en nuestra sociedad hemos pasado de don Juan a Juanillo: de no tener ni para comer en los años 40 a despilfarrar en Zara o Mango. Así son las cosas
ResponderEliminar