domingo, 16 de marzo de 2014

PANTALLESCENTES

Una de mis felices anomalías lleva por nombre Elisa y Serna por apellido. Creo que es una anomalía porque en un país donde los idiomas extranjeros son desconocidos por la inmensa mayoría de los súbditos, ella domina el inglés, que no es moco de pavo, y además trabaja en una tesis sobre la poeta jamaicana Opal Palmer Adisa.
Adelantándose a la siempre inefable Real Academia, Elisa Serna ha traducido un término anglosajón de nuevo cuño que define con ingenio esta nueva adicción por todo lo que tenga unos píxeles de más o de menos. La palabra screenager es una contracción entre screen (pantalla) y teenager (adolescente) que Elisa ha interpretado -creo que con acierto- como "pantallescente".
Por lo que uno ve cuando camina por los espacios públicos, la pantallescencia ha contagiado a la clientela mucho más allá de la edad del pavo.
Uno se pregunta si no será que el ser humano cae en la tentación de lo superfluo con demasiada facilidad; si nos están vendiendo un acceso a la realidad cuando lo que adquirimos es un dispositivo diseñado para apartarnos de lo que importa.
Gracias a esta tecnología virtual tenemos acceso a todas las fuentes de conocimiento y, sin embargo, utilizamos estos recursos para distanciarnos de la aventura del pensamiento libre.
Los tiempos cambian, es cierto, y nuestra existencia consiste, entre otras cosas, en adaptarnos a lo que va llegando y seguir resolviendo problemas. Y sin embargo, cada día voy echando más en falta esa rebeldía que, en otra época, fue el fulminante de los grandes avances sociales. 

Temía Albert Einstein la llegada de la era en la que la tecnología sobrepasara a la humanidad. No sé si ese momento es el actual, pero lo cierto es que no deja de ser curioso ver a individuos, parejas y grupos, dominados en cuerpo y alma por el telefonillo de última generación, que apenas prestan atención al ser humano que tienen a su lado. 
La soledad del individuo en medio de la masa se acentúa aún más cuando uno cree estar constantemente en comunicación con lo que no está presente. 
Por aquello de llevarle la contraria a todo el mundo, incluso a mí mismo, diré que hubiera preferido la calidez de una conversación cara a cara, a este frío y distante modo de expresar ideas. 

PS. Y no olviden mantener encendidos sus teléfonos móviles en cines, teatros, aulas y salas de concierto.






7 comentarios:

  1. Puede ser peor. Estoy convencido de que tarde o temprano sustituirán la visión y audición reales por visión y audición virtuales: llevaremos gafas y audífonos sustitutivos de los ojos y los oídos. Será entonces cuando definitivamente el pánico a quedarnos sin esos aditamentos nos paralice e impida del todo la rebeldía. Ahora nos contentamos con chillar, que es poquita cosa. Entonces chillarán unos instrumentos adicionados a nuestro garganchón que emitirán leves aullidos que no molestarán a nadie. Por lo cual, eso no será ni siquiera chillar, y además tendremos que pagar una tarifa plana por ello

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    1. Eso será la segunda trompeta del apocaleches. La tercera sonará como un enorme cuesco que, en realidad, será el tono o el semitono de un telefonillo.

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  2. Lo peor de este cambio es cuando no se distingue entre lo que es una relación real y una cibernética. Cuando se piensa que sabemos de nuestros amigos y estamos pendientes de ellos simplemente porque hemos leído el estado de su whatsapp o la última actualización de su muro de Facebook. Y sin embargo no sabemos nada de cómo están sus ojos, si su mirada sigue siendo alegre o si ha perdido vida; o se nos olvida cómo huele porque hace meses que no le damos un abrazo.
    Ojalá que las nuevas tecnologías sirvan para estrechar lazos, para llevar conocimiento, pero que nunca perdamos el placer de la piel y el sabor de una buena conversación o simplemente una risa compañera.
    Gracias Gart por estos salvavidas que nos lanzas. Un abrazo.

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    1. Bueno. Tengo que reconocer que el correo electrónico ha recuperado el placer de escribir cartas a muchas personas. Algo que estaba desapareciendo. Eso sí, te pierdes el saborcillo del sello de correos que chupabas antes de enviar la carta.

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  3. A. Einstein decía también: " Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, pero con el Universo no estoy todavía seguro". Será eso que somos infinitamente estúpidos, con suerte las visiones de Miguel se cumplen y empezamos a sentir y vibrar ya "pantallescentes" y pletóricos desde nuestro teléfono movil. Porque Descartes se equivocó; ya no seremos ni pienso luego existo, tampoco siento luego pienso, sino por fin, que maravilla! ni pienso ni padezco luego soy un iphone00, infinitamente estúpidos, la gloria, lo sientes?, me pongo pastallescente de la emoción.

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  4. Lo de Einstein era una paradoja (sé que me salgo del tema) porque el infinito de la estupidez cabría dentro de un universo que parece ser finito. Lo grande en lo pequeño. A lo mejor la estupidez no es tan importante a gran escala. La vida, en medio del universo, es poco menos que insignificante. Nuestra Tierra no brilla ni emite energía, como lo hacen algunas estrellas millones de años después de apagarse. No semos nadie.

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  5. A mi lo de pantallescentes, me suena a una frente muy ancha -y la falda muy corta- en forma de pantalla...donde se recogen las ideas sobre la marcha, con colorines segun el estado de ánimo, a lo alfanui. Por ser de mar de nubes habría que ganar una pantalla de esas,en la mía pondría hoy: Gracias Gart, no dejes anomalía¡

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