jueves, 24 de octubre de 2013

EL ALMA DE LOS AUSENTES


Hace años que se ha venido repitiendo el mismo sueño, en el que una parte de mí consigue viajar en el tiempo y elije como punto de destino la estación de Atocha, aquella cálida noche del 13 de julio de 1936. Allí, en los andenes de lo que hoy es un exótico invernadero, debería encontrar a Federico y convencerlo de que no subiera a aquel tren.
Fue del todo inútil. En todos y cada uno de aquellos sueños, me fue imposible encontrar al poeta para prevenirlo de aquel error. En alguno de aquellos vagones del expreso nocturno -rechonchos y oscuros como ataúdes- viajaría el hombre que firmó aquel Pequeño vals vienés, que tantas veces me haría vibrar cuando se convirtiera en la canción que acunaría más de una noche el alma de los ausentes.



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