domingo, 31 de marzo de 2013

LA NARIZ


Uno de los placeres que más aprecio durante los días lluviosos consiste básicamente en sentarme frente a mi modesta biblioteca y perder la noción del tiempo -e incluso de la tosca realidad- mientras me sumerjo en la apasionada relectura de uno de esos libros que, hace décadas, dejó su impronta en mi destino. De vez en cuando observo de soslayo la lluvia a través de los cristales del balcón, e incluso me dejo vencer por el sueño, arropado por la manta de viaje que me acompaña en tan extáticas singladuras.
Esta semana santa, he gozado nuevamente de la edición que Italo Calvino preparó a modo de antología de la literatura fantástica breve del siglo XIX. En esta edición -ahora reeditada por Siruela en un solo volumen- no están todos los que son, sin embargo podríamos calificarla de esencial para el conocimiento iniciático de un género que, desde el periodo romántico hasta nuestros días, no ha parado de evolucionar.
Por enésima vez, he leído "La nariz" de Gógol; a mi juicio uno de los mejores relatos que he saboreado en mi escueta experiencia de apasionado lector. Todos venimos del Capote de Gógol, afirmó Dostoievski, en referencia a uno de los cuentos mejor trazados de la historia de la literatura. En principio "La nariz" no iba a pasar de ser una simple humorada del autor ucraniano, donde pretendía hacer mofa y escarnio de los altos funcionarios del imperio ruso. El asesor colegiado Kovaliov despierta una mañana -¡qué similitud con Gregorio Samsa!- y descubre que su nariz se ha esfumado. A partir de este momento, todo rastro con el realismo descarnado que lució en "El capote" y toda relación con la tradición decimonónica en cuanto a los esquemas argumentales, desaparecen en pos del puro absurdo. 
En efecto, la afirmación de Dostoievski era, ni más ni menos, que el sentido de la literatura, en cuanto a que todas las obras maestras son deudoras de una tradición que se remonta mucho antes de que los relatos comenzaran a escribirse. Igual que el arranque de "La nariz" de Gógol, recuerda al inicio de "La metamorfosis" de Kafka, la propia absurdez en que se envuelve el cuento de Gógol se deja caer en "Ubú rey" de Alfred Jarry. No imagino a Kafka sin el precedente del "Baltleby el escribiente" de Melville.
La literatura es un sistema de vasos comunicantes que van rebosando hasta derramarse en cadena, de manera que los líquidos de dos o más depósitos, penetran y se mixturan en un tercero, creando una nueva fórmula, a veces interesante y otras tantas desacertada.
En la misma antología que compiló el gran Calvino -no sabría precisar cuántas veces he leído "El barón rampante"- se encuadra el cuento de Jan Potocki "Historia del endemoniado Pacheco", extraído de ese otro mítico compendio de historias fantásticas conocido como "Manuscrito encontrado en Zaragoza". Pues bien, a ningún lector más o menos avispado se le escaparía que dicho compendio es heredero directo o indirecto de "Las mil noches y una noche", que ya por aquel entonces había traducido Galland al fracés, y cuyas versiones y reversiones circulaban por toda Europa. No me olvido, faltaría más, del "Decamerón" de Bocaccio, e incluso los "Cuentos de Canterbury" de Chaucer.
"La nariz" de Gógol, bajo una apariencia intrascendental, ha iluminado a gran parte de los escritores los siglos posteriores. Es lo que suele suceder con los grandes autores de relatos breves, dado que, a juzgar por la ingenua idea de que lo que se ha de leer debe tener forma de novela, pocos acaban cayendo en la cuenta de que el camino hacia la perfección narrativa raras veces se ha culminado con éxito y, cuando esto ha sucedido, siempre ha sido en forma de relato corto. 
Entre las veintiséis maravillas que componen esta edición de los CUENTOS FANTÁSTICOS DEL XIX, el lector tiene a su alcance a los genios ya mencionados, además de otras "bagatelas" salidas del numen de Hoffmann, Walter Scott, Poe, Balzac, Merimée, Andersen, Dickens, Turguéniev, L'Isle Adam, Maupassan, Bierce, Stévenson, Kipling, Wells... lo más granado de aquel siglo que nos regaló las utopías sociales más esperanzadoras, por más que los sueños tiendan con tanta facilidad a convertirse en pesadillas.

4 comentarios:

  1. Me lo quedo. Sí, voy a intentar conseguir esta edición con mi primer sueldo de Huéscar. Me encanta cómo encantas con la literatura. Y te imagino en tu descripción, con el olor a lluvia y leyendo cómo un hombre se despierta sin nariz.
    Qué razón tienes en que la Literatura no es otra cosa que una serie de vasos comunicantes y todos somos parte de esa comunicación. Ningún escrito sería capaz de escribir sin antes haber leído.
    Gracias por la recomendación y por estas 'chispitas' de luz en lo olvidado.
    Un abrazo

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    1. Leer libros como este es no parar de disfrutar. No estamos hablando de una simple antología de relatos, sino de una buena colección de obras maestras en su género. Cada uno de los grandes escritores que encontrarás en esta edición, posee muchas más maravillas escritas. Creo que en casos como Poe, Dickens, Gógol, Turgueniev o Maupassan, más que una tarea de selección, Italo Calvino tuvo que vérselas para descartar otras tantas obras.
      Espero que este libro te lleve de un viaje a otro, sin tener que moverte de la silla.
      Un fuerte abrazo.

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  2. A esos vasos comunicantes habría que añadir la fantástica (hablando del género) afirmación de Borges sobre la influencia inversa de las obras literarias. Es decir, que según el argentino, una obra del siglo XX podría haber influido en El Quijote. Así de simple. Tengo ganas de que me lo prestes.

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  3. A esos vasos comunicantes le añadimos el otro día unos de vino y empezamos a tramar la gamberrada cultureta del año que viene. El año que viene salimos de la crisis. Será pagando más impuestos para cubrir las pérdidas de la familia real, los colchones de Guerrero, las cuentas de Correa y Bárcenas, y los agujeros que hay que tapar a los pobrecitos banqueros. Y eso influirá en una novela que escribí hace catorce años, que se me perdió y no me acuerdo de qué trataba.
    Te prestaré el libro sólo y únicamente después de cantar el himno de camellería patafísica en el palacio de la Zarzuela. (Bueeeeeeeeeeeeno, vale que lo cantemos en un taberná-culo cualquiera)

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