jueves, 20 de marzo de 2025

HAY ALGO EN LA LLUVIA

 


Hay algo en la lluvia que nos hace vulnerables, algo que nos incita a retornar a los territorios de la infancia, ya saben, ese instante tan efímero en que la existencia nos parece dotada de eternidad; aquellos charcos que estaban ahí para meter los zapatos, los amores prohibidos que ni uno mismo sería capaz de reconocer, las preguntas sin respuesta que flotaban en el aire.

Bajo la lluvia echo de menos ese acto de desobediencia que practicaba cuando iba al trabajo en bicicleta, esa dulce canallada de atravesar la plaza solitaria con la inercia de mis ruedas. No era difícil sentirse un privilegiado al deslizarse aún de noche por las calles casi vacías del centro de mi ciudad, provocando un revuelo de palomas a nuestro paso, canturreando como Tom Waits tras una larga noche de baladas y tragos, como si aún tuviera uno la capacidad de enamorarse, sin caer en la cuenta de que llevo más de veinte años conculcando los preceptos que marcan la existencia del buen obediente.

Quizá esa sensación de andar transgrediendo mandamientos sea lo que hace que la niñez vuelva a fluir por mi sangre, ese deseo de sacar la lengua a lo establecido, de multiplicar el silencio con otro silencio, de beberme las gotas de lluvia y sonreír sin motivo; quizá esa magia, digo, de cortar el aire con las delgadas ruedas del velocípedo, sea una excusa para sentir palpitar la vida dentro de mi pecho aunque también sea consciente de que la vida empezó hace tiempo su declive.

Hace más de veinte años, tal vez muchos más, que pedaleo alegre hacia la indigna servidumbre de la productividad, tan solo porque habrá que alimentarse para poder seguir escribiendo, y todavía siento que el pulso se me acelera cuando veo a los jóvenes subir a golpe de pedal la rampa de sus anhelos.

Y no dejo de preguntarme qué nos estará pasando para habernos dejado convencer de que la madurez consiste en dejar de soñar. ¿Nos habremos vuelto tan adocenados que confundimos la elegancia con la apariencia?

La vida es demasiado corta como para desperdiciar el tiempo. Lo dijo el gran Henry David Thoreau, y yo aquí lo repito: ¡como si se pudiera matar el tiempo sin dañar la eternidad!

lunes, 9 de diciembre de 2024

LA VOZ AHOGADA

 

Mijail Bulgákov

Mijail Bulgákov, a quien los burócratas soviéticos prohibieron absolutamente todo lo referente a su oficio literario, escribió una carta de protesta a Stalin en los siguientes (y suicidas) términos:


Es mi deber como escritor luchar contra la censura, sea del tipo que sea la autoridad que la detente, así como realizar los llamamientos que fueran necesarios a favor de la libertad de prensa. Soy un entusiasta de esta libertad, y opino que un escritor que pretenda demostrar que puede pasar sin ella se asemejaría a un pez que asegura públicamente que puede pasar sin agua.


Sorprendententemente no fue fusilado ni enviado a un Gulag, y esto porque Stalin se había divertido durante una obra de teatro de Bulgákov. Eso sí, la publicación de su obra maestra El maestro y Margarita fue un terrible suplicio para su autor, pues los censores del régimen le hicieron la vida imposible, y solo pudo ver la luz (y burdamente censurada) veintiséis años después de su muerte. Treinta y tres años tras la muerte del autor, la obra vio la luz en su integridad.

La publicación de Lolita de Nabokov se convirtió en un calvario para su autor, tanto por las dificultades de encontrar editor, como por las torpes lecturas que sufrió y sigue sufriendo la novela. Nabokov recibió negativas de algunos editores en las que calificaban la obra de “repugnante” e incluso deseaban el patíbulo al autor. Todavía, a día de hoy, su lectura sigue siendo tergiversada por los guardianes de la moral que, a buen seguro, tendrán una vida privada impecable.

En la España del nacionalcatolicismo, el índice de libros prohibidos alcanzaba tal grosor que habría sido aconsejable redactarlo en papel de fumar. Esto, sin embargo, generó una actitud de tal ingenio en los creadores para esquivar el dedo acusador de los censores, que llegaron a aparecer verdaderos monumentos al doble sentido. Que Tiempo de silencio llegara a publicarse fue debido a la habilidad de Luis Martín Santos para despistar a los torpes lectores del régimen franquista.

Reinaldo Arenas se vio obligado a sacar a escondidas de Cuba sus manuscritos, gracias a la colaboración de unos amigos europeos. Aunque fuera reconocido por Lezama Lima como el gran poeta que fue, su vida se vio convertida en un infierno de persecuciones y abusos carcelarios, por el simple hecho de ser poeta y homosexual. Arenas escribió:

Nadie le espió (a Carlos Marx) desde la acera de enfrente, mientras a sus anchas garrapateaba pliegos y más pliegos. Pudo incluso darse el lujo heroico de maquinar pausadamente contra el sistema imperante. Carlos Marx no conoció la retractación obligatoria, no tuvo que sospechar que su mejor amigo podía ser un policía.

Escapar de la persecución castrista fue para Arenas su tabla de salvación y su sentencia de muerte.

A raíz del estreno de la ópera Lady Macbeth, tal vez su mejor composición,  Stalin se ocupó personalmente de evitar que Shostakovich, quien vivía en permanente espera de ser deportado a Siberia, estrenara sus brillantes y originales partituras. La vida del músico estuvo permanentemente sojuzgada por el pánico.

Salman Rushdie recibió en 1989 la noticia de que había sido condenado a muerte por el Ayatolá Jomeiní, sentencia que podría ejecutar cualquier ciudadano musulmán del mundo. Desde entonces, la vida de Rushdie fue una constante huida de escondrijo en escondrijo, hasta que en 2022 fue acuchillado por un fanático islámico. El escritor salvó la vida de milagro, no así el ojo derecho. Y todo por escribir Los versos satánicos, novela de gran carga simbólica de la que, tanto el Ayatolá Jomeini como el atacante Hadi Matar (premonitorio apellido) no habían leído una sola página.

El éxito de lectores y lectoras de los folletines escritos por Donatien Alphonse François de Sade, no impidió que la “justicia” de la Francia revolucionaria lo internara en un psiquiátrico. Poco antes, cuando el pueblo de París culminaba la toma de la Bastilla, por aquel entonces una prisión del antiguo régimen, uno de los reclusos era el citado marqués de Sade. Se conoce que las fantasías eróticas del marqués no agradaban a monárquicos ni republicanos.

La primera obra de lo que hoy conocemos como literatura contemporánea se adelantó a su tiempo e iba a ver la luz en 1898. Ubú roi, de Alfred Jarry, apenas pudo estrenarse pues, al sonar la primera palabra, o más bien el primer grito, del texto ¡merdre! una parte del público prorrumpió en gritos de indignación e insultos al autor, desembocando en una batalla campal entre partidarios y detractores con lanzamientos de butacas incluidos.

Un grupo de ultrarreligiosos asaltó en 1984 y en el centro de Granada una representación callejera de la obra Demonis del grupo catalán Els comediants, impidiendo el acto y agrediendo a varios de los más de cinco mil espectadores que habían asistido a la función. Paradógicamente, uno de los agresores que caminaba tras un crucifijo, fue posteriormente elegido alcalde de la ciudad.

El cantante Javier Krahe fue vetado en los años noventa en varias televisiones y medios de prensa por escribir canciones y realizar cortos cinematográficos de carácter ateo, amén de componer un impecable alegato contra la torticera anexión de España a la OTAN. Los efectos de la censura en prensa y gobernantes (tanto de izquierda como de derecha) le duraron el resto de su vida a Krahe, que siguió cantando para su legión de fieles seguidores, en cafés, teatros independientes y tugurios de diversa índole y especie.

En los años cincuenta, los más destacados dibujantes de cómic del panorama español, crearon la revista independiente T.B.O. con la intención de escapar de las garras explotadoras del todopoderoso grupo editorial BRUGERA. Dichos editores se las apañaron para evitar que el T.B.O. consiguiera llegar a buena parte de los kioscos. La aventura independiente de aquellos dibujantes tuvo que sucumbir ante la imposibilidad de generar suficientes beneficios para sufragar los gastos. Hoy, un ejemplar original de aquel T.B.O. que en su día costaba una peseta con veinte céntimos, puede alcanzar un valor económico de varios miles de euros.

La llegada del Partido Nacional Socialista al poder en la Alemania de los años treinta y la posterior anexión de Austria, supuso la prohibición de muchos libros de autores austriacos entre los que se contaba Stefan Zweig. Sus libros formaron parte de las famosas piras que eran alimentadas con patriótico fervor por aquella panda de imbéciles vestidos con ridículos pantaloncitos y camisas pardas. Aunque el autor austriaco logró exiliarse a tiempo, ante lo que parecía el triunfo del fascismo en Europa y la extinción del mundo que él había amado y retratado con elegante prosa, tomó la decisión de suicidarse cuando se encontraba en Brasil. Previamente, había enviado por correo a su editor el manuscrito de su impresionante ensayo El mundo de ayer.

No hace mucho, una editorial británica publicó varios relatos de Roald Dahl, suprimiendo pasajes y cambiando expresiones que los editores consideraron políticamente incorrectos. La aparatosidad de los eufemismos con que sustituyeron las palabras del autor darían para unas risas si no fuera porque no son más que el preludio de algo mucho más siniestro.

Recientemente se alzan voces autorizadas que culpan a los cuentos de hadas de perpetuar a los constructos patriarcales y coadyuvar a la opresión sobre la mujer. Nadie parece recordar que aquellos cuentos ya eran políticamente incorrectos hasta que en el Siglo XIX fueron reescritos por los Grimm, Andersen o Perrault, adulterándolos para que los príncipes aparecieran como seres amables y las princesas como vírgenes pasivas que esperan la llegada de un guapo marido. Lo cierto es que en la época feudal, cuando surgieron los relatos del imaginario popular, esto era impensable, ya que los reyes simbolizaban la figura de una autoridad malvada que secuestraba a los jóvenes para llevarlos a morir a sus guerras particulares, y los señores feudales tenían derecho de pernada sobre las doncellas.

Las inquisiciones nunca han desaparecido de nuestra sociedad. A veces toman la forma de un poder tiránico, otras se invisten de túnicas sagradas, y otras son simplemente parte de una élite biempensante que mira con desprecio ese minúsculo tesoro que es la libertad de expresión, por la que tantos hombres y mujeres han perdido la vida o han acabado en la cárcel y el exilio.

No nos engañemos, a día de hoy, la censura ha vuelto a ejercer un poder asfixiante, omnímodo e ignorante. La censura nos dice lo que podemos o no decir, pensar o escribir, lo que debemos leer o escuchar, y lo que ha sido proscrito por el bien de unos ideales que, como todos los grandes sueños, han pasado de ser oprimidos a convertirse en despóticos opresores. 

Todas las revoluciones, a los diez minutos de triunfar, se convierten en reaccionarias.

Si aprendemos a leer Farenheit 451, y con esto me refiero al símbolo que subyace en su interior, comprenderemos que no son “los libros en general" lo que ha sido condenado a las llamas en la distopía de Ray Bradbury, es la LITERATURA en particular lo que ha sido proscrito, lo que incordia a los poderes y a buena parte de la sociedad.

Nunca hemos estado tan cerca de ver hecho realidad el relato de Bradbury como lo estamos ahora.




domingo, 27 de octubre de 2024

VULNERABLE

 


Brillan aún las estrellas cuando Demi se asoma a la ventana. A esa hora los Alpes no son más que una sombra recortada en el vasto firmamento. El termómetro del balcón indica cuatro grados y, a excepción de los barrenderos, da la sensación de que el mundo entero continúa durmiendo a pierna suelta; el mundo entero excepto Flo, el perro de mirada tierna que mueve el rabo con alegría mientras espera compartir el desayuno con su amiga.

Ella observa embelesada su magnífica bicicleta al tiempo que mastica un plátano y revisa mentalmente las curvas del puerto que hoy le desafía. Con las primeras luces del alba ha empezado a entrar una espesa niebla por las cumbres; habrá que trazar la bajada con esmero para no ser engullida por el camión de la basura.

Hora de salir.

El intenso frío traspasa los tejidos que envuelven su delgada cintura. Afortunadamente no tardan en llegar las primeras rampas y, con ellas, el cuerpo empieza a recuperar la temperatura. El problema añadido a la dureza de la ascensión es que habrá tiempo más que sobrado para que el cerebro la emprenda con la típica monserga.

Todavía le resulta imposible no pensar en aquella caída de Amneville, en el dolor del golpe en la cadera, en la piel desollada de las nalgas y, sobre todo, en el minuto que perdió por la indecisión. Aún estaba algo mareada cuando se dio cuenta que la cadena se había salido – más segundos perdidos- y luego lo de aquel motorista que se le puso delante impidiéndole arrancar. Pero lo hizo: una pequeña maniobra a la izquierda y empezó de nuevo el pedaleo, con dudas al principio y pronto con todo lo que le quedaba en su interior. Sabía que los pinganillos de las rivales estarían vibrando en aquellos momentos.

- “¡Ha caído Vollering!”

Y también sabía que todas atacarían como leonas a la caza del jersey amarillo.

Después de todo la grandeza de las grandes rondas reside en la posibilidad de poner contra las cuerdas a la mejor de las mejores. Sería ingenuo pensar que ellas, las rivales, se han acostumbrado al sabor de la derrota. A la hora de la revancha da igual que te caigas cuando lo tenías todo a tu favor. Hay que sacar el hacha cuando la líder se tambalea con el culo desollado.

No le sirvió de nada recuperar el minuto perdido en la larga ascensión a Alpe d’Huez; bastaron cuatro segundos para dejarla con la miel en los labios. 

Aunque la gloria solo esté al alcance de una entre miles, su duración es tan efímera como la vida de una mariposa.


A lo lejos se divisa la esbelta figura de otro ciclista que sube las rampas iniciales con una cadencia alegre y resuelta. Parece que se trata de un hombre. Sin pensar en que pudiera ser un profesional, Demi se agarra al imperativo de cazarlo alzándose sobre los pedales y buscando un desarrollo más riguroso. Es consciente de que tal empeño puede hacerla reventar antes de coronar el puerto, pero aún así está convencida de que el esfuerzo valdrá la pena. El otro ciclista, ajeno a la presencia de Demi, empieza a difuminarse entre la niebla mientras ella sigue vaciándose en cuerpo y alma, convencida de que no existe mejor forma de apartar los fantasmas de su mente. Pero la niebla solo le permite ver lo justo para no perder su trazado junto al arcén. Ella pedalea con rabia, como si persiguiera a una rival escapada, tratando de controlar el jadeo, hasta que la niebla se hace menos espesa y consigue ver de nuevo a su objetivo a punto de tomar una curva a la izquierda sin perder su alegre ritmo, como si le acompañara una música festiva.

Sin descomponerse a pesar del cansancio, Demi sigue comiendo terreno al otro ciclista, cuando una lluvia fina empieza a caer sobre ambos. Como si se hubieran puesto de acuerdo, los dos sueltan el manillar para colocarse el impermeable que acaban de sacar del bolsillo trasero.

Al llegar a su altura, ambos se cruzan una mirada de curiosidad. Él es apenas un muchacho imberbe de rostro rojizo, cuyos ojos verdes se abren como dos ventanas al reconocerla. Ella le sonríe orgullosa y le susurra un jadeante bonjour, que él responde emocionado.

Durante varios kilómetros pedalean juntos, primero sonrientes y más tarde envueltos en solemne silencio, hasta que llega la temida rampa que anuncia la proximidad del collado. Entonces Demi vuelve a incorporarse sobre los pedales y ataca el repecho con una fuerza incontenible dejando atrás al muchacho.

A su espalda Demi escucha el grito de ánimo del joven desconocido.

- ¡Allez, Demi!

Cuando emerge por encima de la niebla, dejándose envolver por el portentoso azul del cielo, puede contemplar como, a sus pies, se extiende un infinito mar de nubes del que solo sobresalen algunas cumbres nevadas.

Poco antes de iniciar el descenso hacia un luminoso valle dónde brilla un gran lago, Demi siente que su corazón late con una fuerza incontrolable.



El presente texto es una ficción. Cualquier parecido con la realidad es obviamente culpa de la realidad.


miércoles, 12 de junio de 2024

SINFONÍA DEL FRACASO


 Los que veneramos la prosa de Luis Landero, nos sentimos siempre de enhorabuena cada vez que el escritor de Alburquerque publica una de sus nuevas novelas. En La última función (Tusquets 2024) el autor de El huerto de Emerson y Juegos de la edad tardía, nos hace vivir magistralmente en las vidas de unos personajes nacidos para el arte y, por ende, expuestos al fracaso. En el arte, al igual que en los Juegos Olímpicos, muchos son los llamados y pocos los elegidos. Esto que parece un tópico, es el pan de cada día de la mayor parte de los que deciden enfocar su existencia en pos de un sueño artístico.

Tito y Paula -los ejes centrales de la narración- recorren senderos diferentes, uno en el empeño de ser actor y otra en la constante de vivir una vida equivocada. Quizá a ambos les une una relación marcadamente edípica con la figura paterna, un camino vital tachonado de fracasos, y puede incluso que el deseo de encontrarse a sí mismos en los ojos del otro. De ellos nacen otros tantos secundarios que, al modo de Galdós, son asombrosamente definidos por la implacable pluma del autor.  La descripción de Blas -pareja de Paula- arquetipo del  emprendedor visionario que finalmente no emprende nada, nutrida de lenguaje dramático, o tal vez tragicómico, conduce al lector a un estado de complicidad con el autor que, finalmente, se torna cervantina al solaparse con la entrada del personaje de Amalia -amante de Tito- devoradora de manjares y hombres en el mismo contexto, momento en el que uno tiene que sonreírse inevitablemente, ante la originalidad del cuadro erótico-gulesco. 

Los sueños de triunfo, casi siempre acaban en pequeños o grandes fracasos (es lo que tiene la cultura del éxito) pero generalmente conllevan un algo implícito, como la posibilidad de cambiar nuestras vidas, como cambia la de los protagonistas, aunque se sustente sobre la inutilidad de toda acción que implique evitar lo inevitable. 

En este sentido, creo que la novela de Landero, oculta una mirada optimista en medio del pesimismo de lo que llamamos la España Vaciada, al retratar a tantos seres que siguen defendiendo la subsistencia de sus pueblos por medio del activismo cultural. Aunque este tipo de actos pudiera parecer efímero, e incluso subrayado por la ingenuidad, siempre implicaría la posibilidad de dar sentido a la existencia de sus protagonistas.

lunes, 19 de febrero de 2024

DE TANTO MIRARNOS AL OMBLIGO

 

Con el paso de los años me he ido volviendo imperdonablemente refractario a sumergirme en eso que hoy llaman poesía contemporánea. Parto de la convicción de que no todo lo que se denomina así es, en rigor, verdadera poesía. No creo que merezca la pena entrar en consideraciones más allá de mi propio criterio que es, por definición, un criterio subjetivo.

Lamento reconocer que me resultan terriblemente indigestas esas verborreas de infantes bien alimentados aunque privados del derecho a una verdadera educación, que se debaten entre el ñoño lamento y el cursilirismo, siempre ocupado en el YO más feble, en el sufrimiento del que lo tiene todo y todavía no se ha enterado de nada. Es el signo de los tiempos; la psicología contemporánea (nada más ajeno a la ciencia) pone el YO por encima de cualquier otra prioridad. Entre libros de autoayuda y terapias de dudosa eficacia, tenemos grabadas a fuego las máximas que solucionan buena parte de nuestros conflictos: quiérete mucho, trabaja tu autoestima, tú eres lo primero... y, en fin, ese tipo de consejos que no son, ni más ni menos, que lo que el paciente espera escuchar.

Lejos de culpar a Shopenhauer, no es descabellado inferir que esta concatenación de mantras, proviene de una malentendida mecánica de origen oriental destinada a alcanzar la felicidad como estado, dejando de lado aspiraciones tan sencillas como la asequible posibilidad de sentirse a gusto, y que ha devenido en obsesión al ser adoptada por una sociedad (la nuestra) éticamente voluble y aburguesada.

Millones de seres humanos se entregan al yoga, al taichí, o al mindfulness; panaceas del bienestar, fantásticos curalotodo que, obviamente, no curan absolutamente nada, pero sugestionan de maravilla. Y todo ello para acabar comprendiendo que la cuestión radica en distinguir lo que es verdaderamente necesario y lo que, a todas luces, sería perfectamente prescindible.

De tanto mirarnos al ombligo hemos perdido la capacidad de ver.

Tal vez, un buen chapuzón en las adversidades ajenas nos podrían a todos en situación de comprender que no es tan mala vida la que, por lo menos a buena parte de los occidentales, nos ha tocado vivir. Nos bastaría con saber ponernos en los zapatos ajenos para saber que buena parte de nuestros males son puramente imaginarios.

Seguramente no hubiera perorado todo lo anterior si antes no hubiera tenido la enorme dicha de abrir un libro de poemas, un pequeño, discreto, elegante y humilde libro que una escritora de extraordinaria madurez reflexiva y mesurada elegancia ha dedicado nada más y nada menos que a la otredad. La sobriedad con que María Ángeles Barrionuevo desvela a esos otros, a aquellos que no han nacido en la tierra de la abundancia, a los que tienen que jugarse la vida (y tantas veces la pierden) para aspirar a un porvenir medianamente digno, ha tenido la capacidad de tocarme la moral desde los primeros versos.

Al mar se han ido/ todas las almas/ todos esos cuerpos/ a alimentar los peces/ a volver plateadas sus manos/ Con sus nombres han trenzado collares/ ávidas sirenas/ Dembe, Sikhou, Nesta... / Al mar se han ido.


Así de sencillo y así de complejo: unas pocas palabras y toda esa mezquindad con que defendemos las migajas de nuestro pastel, choca directamente con toda idea de justicia.

Siendo una excepción el amor palmario al prójimo, al diferente, al extranjero; me atrevería a afirmar que ese difícil equilibrio entre la auténtica tragedia y la sutil belleza de las palabras, logra aquí, en el poemario NÓMADAS (Ed. Olé Libros 2024) la emoción que da sentido al hecho poético, la vibración de esa verdad que debería cubrirnos de vergüenza, y que observamos con desdeñosa indiferencia, cuando no con odio miserable.

Ojalá me equivoque, pero auguro que NÓMADAS, no será un superventas, y precisamente porque señala con dedo acusador nuestros más tristes pecados: la inmarcesible codicia y su hija bastarda; la pertenencia.

Hemos recortado con cuidado/ con tijeras cruelmente afiladas/ la hermosa piel de la Tierra/ Tatuado fronteras, organizado nominaciones/ como si fuese nuestra (…) delineado con pasmosa exactitud/ todo lo que nos hace diferentes/ Hundimos puentes, levantamos vallas/ clausuramos con empeño el Paraíso/ Pusimos en sus puertas la espada llameante.

Fue Albert Einstein quien, en una carta que dirigió a Sigmund Freud afirmó que "el nacionalismo es el sarampión de la humanidad. Una enfermedad infantil". Algo tan perverso como la obligatoriedad de llevar un pasaporte para viajar, era impensable hasta la Primera Guerra mundial que, curiosamente, fue el momento en que la exaltación nacionalista condujo a la muerte a más de diez millones de seres humanos, y al descalabro social a todo un continente.

Ciertamente, la mayoría de los que habitamos en el Hemisferio Norte, no veremos en primera persona cómo el hambre consume a nuestros propios hijos, no tendremos que subirnos a un débil cascarón para atravesar un mar que, a día de hoy, es el mayor cementerio del Planeta Tierra, y no tendremos que recoger hortalizas en un invernadero a cincuenta grados centígrados. La mayoría de nosotros no tendrá que cargar con el irracional sambenito de ser el enemigo de la civilización occidental.

Es una suerte que todavía existan sensibilidades que construyan materiales tan delicados como unos poemas, donde el ritmo, la musicalidad, el sabor de las palabras y la belleza estética, se supediten a esa extraña criatura que es el amor al prójimo. Una gota en el océano, sí, pero al fin y al cabo una gota perfumada con la lucidez de quien demuestra que la dignidad humana empieza justamente en nuestros semejantes.