Hace
años que se ha venido repitiendo el mismo sueño, en el que una
parte de mí consigue viajar en el tiempo y elije como punto de
destino la estación de Atocha, aquella cálida noche del 13 de julio
de 1936. Allí, en los andenes de lo que hoy es un exótico
invernadero, debería encontrar a Federico y convencerlo de que no
subiera a aquel tren.
Fue del
todo inútil. En todos y cada uno de aquellos sueños, me fue
imposible encontrar al poeta para prevenirlo de aquel error. En
alguno de aquellos vagones del expreso nocturno -rechonchos y oscuros
como ataúdes- viajaría el hombre que firmó aquel Pequeño vals
vienés, que tantas veces me
haría vibrar cuando se convirtiera en la canción que acunaría más
de una noche el alma de los ausentes.
Me sumo al homenaje.
ResponderEliminar