domingo, 3 de julio de 2022

HA VUELTO BERNARDA ALBA


En los últimos estertores de la enorme tragedia que supuso la irrupción del coronavirus, hemos podido constatar que otra epidemia, no menos contagiosa y mucho más letal, ha resurgido igual que algunos imperios renacen de entre sus ruinas. El tufo a incienso, la cera renegrida sobre el asfalto, los coros y danzas, la voz engolada de los donjuanes de rondalla, los pastiches castizos de los Álvarez Quintero, la taleguilla con relleno del machote ibérico, el odio al hambriento, la peineta que corona el moño engrasado, la contumaz repetición de las paparruchas pseudohistóricas, han colocado en el centro de la mesa un potaje garbancero colmado de rancio tocino.

Nos habíamos equivocado de lado a lado: quienes han salido del armario y ahora lucen su pestilente orgullo de alcanfor, no son otros que los nietos (y nietas) de Bernarda Alba, y ninguno de ellos desciende de la pobre Adela. Ahora ya no ocultan sus soflamas nostálgicas, todo lo contrario, exhiben sus estandartes sangrientos y cubren de hormigón las fosas comunes donde se amontonan los huesos de los de parias cuyo único delito consistió en alzar la mano para reclamar la dignidad que les correspondia por el hecho de ser personas.

Vuelven por sus fueros (el fuero de los señores feudales) y descorchan champaña de importación para brindar por el exitoso genocidio de Melilla, por la pronta beatificación del fraile que prendió fuego a los libros andalusíes de ciencia y expulsó a los judíos (razón por la cual habría sido imposible que Einstein, Freud, Arendt, Mahler o Zweig nacieran en las Batuecas) por la Gloriosa Cruzada que sumió a un pueblo en un analfabetismo funcional que aún colea. Vuelven sonriendo patriarcales bajo palio con y la vara en ristre, anhelantes de sus redes de confidentes, vuelven con su fervor patrio mientras guardan sus fortunas en paraísos fiscales o se pliegan a la colonización del imperio cocacolero, con sus silencios nauseabundos y su implacable ardor guerrero. Afirman que no tienen miedo a nada ni a nadie, y es comprensible, porque son ellos (y ellas) los que dan miedo.

Pero, no nos engañemos, si regresan no será exclusivamente por méritos propios sino más bien por la negativa a implicarse y asumir responsabilidades de aquellos que se inhiben en el más elemental de los deberes cívicos. Estos que se cruzan de brazos, y luego despotrican contra toda la clase política sin excepción se creen ciudadanos cuando lo cierto es que ejercen de súbditos. Ellos son los que han dejado la puerta abierta a los enemigos de la razón.


sábado, 2 de julio de 2022

EL ESCARBADIENTES

Mientras un par de albañiles tamaño de armario ropero y mirada tierna reducen a escombros todos los tabiques de mi domicilio, una buena amiga me ofrece asilo político en su bonito piso. La casa está prácticamente de estreno, aunque ha habido que lamentar una pequeña rotura en la bisagra de una de las puertecitas del mueble de cocina. La madera del aglomerado ha resultado arrancada y los tornillos de la bisagra han perdido su punto de anclaje. Nada comparado con el aspecto de mi morada, pero todos tenemos un pariente manitas, de manera que consulto al mío por teléfono y me aconseja realizar una mezcla con astillas de palillos de dientes planos y cola de madera para que los tornillos recuperen el agarre.

Aprovecho que hago las compras a mi madre para preguntar en el supermercado que hay enfrente de su casa. No tienen palillos de dientes de ninguna clase. No importa. Busco en el supermercado que hay cerca del lugar que tuve que abandonar por aquello del destrozo y constato que está afectado por otras reformas, más brutales si cabe, hasta después del verano. Cosas que pasan. En la cafetería donde suelo desayunar los días impares pido un escarbadientes y me ofrecen uno cilíndrico. Con un palillo cilíndrico no puedo conseguir el efecto relleno que imite convincentemente al aglomerado. Mi profe, curtido en reformas y arrepentido de todas ellas, me habla de un comercio especializado en material de hostelería al que acudo esperanzado. El encargado me dice que solo dispone de escarbadientes cilíndricos. Voy a un bazar chino donde la oferta de escarbadientes cilíndricos es económica y variada. Al día siguiente, realizo un recorrido por los supermercados de toda la ciudad, y las grandes superficies del extrarradio: ni flores. Miro en Amazón y no veo otra cosa que esos amenazantes palillos cilíndricos ¿Qué ha sucedido con los escarbadientes de toda la vida? ¿Han sido proscritos? ¿Se les estigmatizó por la tala indiscriminada de pinos? ¿Son transmisores de alguna pandemia relacionada con los pinchos de tortilla?

Por un giro de la providencia divina, en un comercio dedicado a la pretecnología tropiezo con unas espátulas lo suficientemente esbeltas como para solventar el problema. Ahora solo queda buscar un frasco de cola para madera. Eso va a ser más fácil. Cerca de la casa de mi generosa anfitriona hay una hermosa ferretería donde no tardo en encontrar un pequeño recipiente de cola de carpintería que traslado al mostrador del cajero con ánimo de trastrocar por unas monedas, momento en que se apagan todas las luces del barrio y los ordenadores del establecimiento quedan inútiles.

Pienso ahora en lo que hubiera sucedido si cuando, cercano ya a expirar, Alfred Jarry expresó su último deseo -un escarbadientes- y alguien le hubiera explicado que no había manera de proporcionarle tal instrumento. Tal vez le hubiera sido más fácil obtener un sorbo de champaña, como sucedió con Chejov, a instancias de su propio galeno, o un beso de trompeta, como prefirió Boris Vian. 




miércoles, 9 de marzo de 2022

EL NOBLE OFICIO DEL TRADUCTOR

 

Les anuncio que mi capacidad de síntesis va a quedar en entredicho, dado que acabo de zamparme las mil trescientas páginas del volumen que reúne todas las obras incluidas en el ciclo de Los libros de TERRAMAR de Ursula K. Le Guin, y que suma la friolera de seis novelas, varios relatos, y una conferencia de la autora, todo ello precedido de un prólogo, también firmado por la propia Le Guin. Tengo que aclarar, para aquellos que no se hayan sumergido en la obra de la escritora norteamericana, que esta ingente producción de género fantástico, ha sido una excepción en la literatura que domina la producción de la autora de LOS DESPOSEÍDOS, y que no es otro que el género de Ciencia Ficción o Ficción Especulativa.

La editorial Minotauro ha presentado las traducciones al español en un lujoso volumen de pasta dura y magníficas ilustraciones que, en rigor, debería venir acompañado de un atril. En dicho volumen el lector será testigo de una evolución por parte de la autora, tanto en la calidad de la narración como en el compromiso, en lo referente al género fantástico y en las cuestiones que atañen al papel de la mujer en la literatura.

Ahora bien, en lo concerniente a esa evolución de la calidad narrativa he de decir que el trabajo de los diferentes traductores que intervienen en la edición, ha resultado algo irregular. Es precisamente en las novelas cronológicamente más avanzadas cuando se observan más deslices en las traducciones, donde un lector empieza a echar de menos la eficacia de un español deslocalizado, en el que la mano del traductor no deje huella sobre su origen.

Traducciones más complejas, por estar plagadas de juegos de palabras y expresiones coloquiales, como la desopilante novelita de Georges Perec ¿QUÉ PEQUEÑO CICLOMOTOR DE MANILLAR CROMADO AL FONDO DEL PATIO? (Quel petit vélo à guidon chromé au fond de la cour? ) que releí hace unos días vertido magníficamente al español por Marisol Arbués y Hermes Burrel, con revisión estilística de Jose Cibeira, Juan Gabriel López Guix y con expresos agradecimientos a un pequeño ejército de voluntariosos colaboradores, han dado eficaces resultados. El trabajo en equipo valió su peso en oro y la versión española es un alarde de ingenio, conocimiento y talento.

Ya en el arranque de la novela queda planteado cómo va desarrollarse el resto de la obra: “Había un tío, lo llamaban Karamanlis, o algo así: ¿Karatoro?¿Karavaca?¿Karagüevo? Bueno, Karaalgo. En todo caso, no era un nombre cualquiera, era de esos que se te quedan, que no olvidas así como así”

El argumento, como suele suceder en las grandes obras literarias, es fácil de resumir: el tal Karaloquesea está cumpliendo con el servicio militar (vive la France) en un momento en que acaba de iniciarse la guerra de independencia de Argelia, y obviamente no le hace la menor gracia lo de irse a palmarla a un lugar en el que no se le ha perdido nada. Karaplasma pide ayuda a un cabo primero, de nombre Henri Pollak, que a su vez consulta con sus colegas, un extravagante grupo de culturetas parisinos de heterogéneas inclinaciones políticas, que debaten sobre la posibilidad de fracturarle el antebrazo al tal Karacosa para así evitar tragedias mayores. A partir de ese momento, la narración transcurre entre el hilarante absurdo y el drama existencialista, hasta el punto en que el avezado lector (si lo hubiere) debería plantearse si no se estará descojonando ante el infortunio de un pobre desgraciado.

El matiz antibelicista queda velado por el humor estrafalario del inmenso (inmensamente desconocido) Georges Perec, si bien sigue subyaciendo en medio de la caótica situación que crean los personajes, tratando de escaquear a Karacorum del mayor absurdo de la humanidad.

Buceando en esa colección de descalabros de nuestra anticultura, descubrí que la versión de Marisol Arbués y Hermes Burrel se encuentra en estos momentos descatalogada, si bien uno puede agarrarse como clavo ardiendo a la traducción de Pablo Fante, que no desmerece en absoluto, y que recurre a soluciones originales frente a la problemática de un texto que no da facilidades a los traductores, como la definición del ciclomotor de Henri Pollak como “escupidor velocípedo de turbina y suspensión hidráulica”

El oficio de la traducción, lejos de suponer una traición, como reza un rancio dicho italiano, constituye una de las tareas más meritorias que conozco. Gracias a las magistrales versiones de autores cuyo idioma desconocemos, podemos aproximarnos a obras literarias que habrían pasado desapercibidas de no ser porque hay profesionales capaces de rizar el rizo, sin dejar de respetar el espíritu de la creación original. Un lector, curioso y hambriento de vivencias ajenas, no tiene que aprender japonés para gozar con la prosa de Mishima, ni hacerse experto en lenguas eslavas para comprender lo que nos quisieron decir Czapek, Bulgákov o Gógol. La supervivencia de la literatura depende de muchos factores, y uno de ellos es que existen traducciones que vierten al idioma de lectores locales textos creados en lugares lejanos, con todas las dificultades que pueden llevar implícitas las enormes diferencias culturales de cada uso idiomático.