jueves, 23 de abril de 2020

HASTA LA VISTA

No voy a hablar del virus. Sería como pretender rellenar el mar a base de calderos. 
Hoy se ha terminado una época, tal vez la mía, o la de muchos que adoramos el humor inteligente, por encima del espectáculo, del chiste fácil o la tontería irrisoria. Marcos Mundstock, locutor de Les Luthiers cerró ayer una vida dedicada a estirar nuestro idioma, el español, de hacerle más diabluras de las razonables, y de jugar con la perspicacia del espectador. 
Seguramente, a día de hoy, existen millones de individuos en nuestro país que no consigan entender ni uno solo de los juegos, que no comprendan de qué narices nos reíamos los incondicionales de Les Luthiers. La decadencia del talento, es un hecho tan constatable como lamentable. 
Les Luthiers marcaron varias décadas de verdadera creación artística, de desbordante imaginación, y de amor a la lengua de Cervantes. Resulta curioso que, desde un país al otro lado del Atlántico, donde la inmigración ha potenciado la diversidad cultural, el idioma español signifique tanto para tantos millones de seres humanos. Mundstock creó personajes apócrifos, como el inigualable Johann Sebastian Mastropiero, y construyó biografías tan inimaginables como desopilantes desde la permeabilidad de un lenguaje con el que Les Luthiers nos sorprendían una y otra vez. 
Nada más diré, aparte de que, la primera vez que conseguí presenciarlos en directo -fue en Madrid, hace más de veinticinco años- para mí significó algo parecido a lo que experimentan los fieles cuando culminan una peregrinación a sus lugares santos. Desde entonces amé y sigo amando a esos locos geniales que -oh excepción que rompe todas las reglas- tuvieron a bien no tomarnos por tontos, y hacernos reír a golpe de lucidez.