sábado, 2 de julio de 2022

EL ESCARBADIENTES

Mientras un par de albañiles tamaño de armario ropero y mirada tierna reducen a escombros todos los tabiques de mi domicilio, una buena amiga me ofrece asilo político en su bonito piso. La casa está prácticamente de estreno, aunque ha habido que lamentar una pequeña rotura en la bisagra de una de las puertecitas del mueble de cocina. La madera del aglomerado ha resultado arrancada y los tornillos de la bisagra han perdido su punto de anclaje. Nada comparado con el aspecto de mi morada, pero todos tenemos un pariente manitas, de manera que consulto al mío por teléfono y me aconseja realizar una mezcla con astillas de palillos de dientes planos y cola de madera para que los tornillos recuperen el agarre.

Aprovecho que hago las compras a mi madre para preguntar en el supermercado que hay enfrente de su casa. No tienen palillos de dientes de ninguna clase. No importa. Busco en el supermercado que hay cerca del lugar que tuve que abandonar por aquello del destrozo y constato que está afectado por otras reformas, más brutales si cabe, hasta después del verano. Cosas que pasan. En la cafetería donde suelo desayunar los días impares pido un escarbadientes y me ofrecen uno cilíndrico. Con un palillo cilíndrico no puedo conseguir el efecto relleno que imite convincentemente al aglomerado. Mi profe, curtido en reformas y arrepentido de todas ellas, me habla de un comercio especializado en material de hostelería al que acudo esperanzado. El encargado me dice que solo dispone de escarbadientes cilíndricos. Voy a un bazar chino donde la oferta de escarbadientes cilíndricos es económica y variada. Al día siguiente, realizo un recorrido por los supermercados de toda la ciudad, y las grandes superficies del extrarradio: ni flores. Miro en Amazón y no veo otra cosa que esos amenazantes palillos cilíndricos ¿Qué ha sucedido con los escarbadientes de toda la vida? ¿Han sido proscritos? ¿Se les estigmatizó por la tala indiscriminada de pinos? ¿Son transmisores de alguna pandemia relacionada con los pinchos de tortilla?

Por un giro de la providencia divina, en un comercio dedicado a la pretecnología tropiezo con unas espátulas lo suficientemente esbeltas como para solventar el problema. Ahora solo queda buscar un frasco de cola para madera. Eso va a ser más fácil. Cerca de la casa de mi generosa anfitriona hay una hermosa ferretería donde no tardo en encontrar un pequeño recipiente de cola de carpintería que traslado al mostrador del cajero con ánimo de trastrocar por unas monedas, momento en que se apagan todas las luces del barrio y los ordenadores del establecimiento quedan inútiles.

Pienso ahora en lo que hubiera sucedido si cuando, cercano ya a expirar, Alfred Jarry expresó su último deseo -un escarbadientes- y alguien le hubiera explicado que no había manera de proporcionarle tal instrumento. Tal vez le hubiera sido más fácil obtener un sorbo de champaña, como sucedió con Chejov, a instancias de su propio galeno, o un beso de trompeta, como prefirió Boris Vian. 




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