Dado que -a decir de
los agoreros- esa cosa tan extravagante que es leer Literatura
tiene los días contados, los abajo firmantes elevamos nuestra voz en
favor de la prohibición de la Literatura. Quede claro y
patente que no nos referimos a los libros en general. Descartamos por
tanto las novelas puramente argumentales, los llamados best sellers
al peso y los libros de autoayuda, cocina, viajes, deportes y otras
vicisitudes.
Entendemos que la
Literatura no es un mero entretenimiento, ni un subterfugio a
medio camino entre el terreno trillado y el lenguaje cinematográfico. El lenguaje literario,
al igual que las fórmulas matemáticas de Ramanujan, es una búsqueda
legítima del ser humano hacia la más singular de las bellezas. Una
belleza destinada a la emoción intelectual de aquellos que se
quieran tomar la molestia de buscar más allá del paisaje evidente.
Es un hecho contrastado
que la Literatura existe para incomodar al pensamiento y
alterar las fronteras imaginativas. Es, por tanto, un elemento
subversivo y desequilibrador del orden establecido.
La Literatura
incordia, crea inconformismo, suscita visiones subjetivas de la
realidad y aparta a las ovejas del redil. Y además es fuente de estímulos y placeres altamente perniciosos para las almas cándidas.
Y es por eso que, como
toda forma de transgresión, debe ser prohibida por las autoridades
competentes o incompetentes, hasta el punto de que, toda edición,
publicación o venta del producto literario, será inevitablemente
marginada de las prácticas mercantiles regladas.
Sabemos que todo
aquello que es prohibido, proscrito o ilegalizado, alcanza un morboso
atractivo que nubla el sentido común e invita a delinquir. Pasó con el
fruto prohibido, sucedió con los placeres carnales, está sucediendo
con el tabaco y el cánabis, y no dejará de pasar con el botellón.
Pasó, incluso, con Lolita de
Nabokov, que a fuerza de prohibirse, fue leída hasta en el Vaticano.
Cuanto más se prohíba una práctica, más se generaliza. El
ser humano no está hecho para acatar restricciones.
Contamos con la
posibilidad de que el mercado negro de grandes obras literarias se
generalice. Un ejemplar clandestino de bolsillo de los sonetos de
Shakespeare, alcanzaría un precio desorbitante en las reventas. Las novelas de
Perec, Celine, Cortazar o Mann, correrían -bajo cuerda, eso sí-
como la pólvora. Los cuentos de Poe, Ayala, Borges o Mrocek,
pasarían a formar parte de la memoria colectiva de las generaciones venideras.
De todas maneras,
abogamos por la prohibición de la Literatura, sabiendo que
tal medida no tendrá consecuencias apocalípticas. El mercado de
pirotecnia escrita seguirá produciendo grandes cifras y los de
siempre seguirán haciendo lo que siempre han hecho: darle más
vueltas a la nada.
Prohíban la
Literatura, y de paso la filosofía. Tengo unos volúmenes de
Shopenhauer que harían las delicias de los futuros adictos.
Fdo:
Miguel
Arnas
Ludovico Clemenza
Ludovico Clemenza
Ángel
Olgoso
Paolo Remorini
Ignatius J. Reilly
Paolo Remorini
Ignatius J. Reilly
Miguel
Mochón de la Torre
Lola Cobaleda
Lola Cobaleda
Elisa
Serna
Marina Tapia
T.H. Agapito
Sextercio Pírrico
Isidoro Capdepón
Porrón de Elea
Carmen García Tortosa
Cósimo Piovasco di Rondò
Marina Tapia
T.H. Agapito
Sextercio Pírrico
Isidoro Capdepón
Porrón de Elea
Carmen García Tortosa
Cósimo Piovasco di Rondò
Jose Luis
Gärtner
"Porque la vida no basta". Álvaro Cunqueiro
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