Brillan aún las estrellas cuando Demi se asoma a la ventana. A esa hora los Alpes no son más que una sombra recortada en el vasto firmamento. El termómetro del balcón indica cuatro grados y, a excepción de los barrenderos, da la sensación de que el mundo entero continúa durmiendo a pierna suelta; el mundo entero excepto Flo, el perro de mirada tierna que mueve el rabo con alegría mientras espera compartir el desayuno con su amiga.
Ella observa embelesada su magnífica bicicleta al tiempo que mastica un plátano y revisa mentalmente las curvas del puerto que hoy le desafía. Con las primeras luces del alba ha empezado a entrar una espesa niebla por las cumbres; habrá que trazar la bajada con esmero para no ser engullida por el camión de la basura.
Hora de salir.
El intenso frío traspasa los tejidos que envuelven su delgada cintura. Afortunadamente no tardan en llegar las primeras rampas y, con ellas, el cuerpo empieza a recuperar la temperatura. El problema añadido a la dureza de la ascensión es que habrá tiempo más que sobrado para que el cerebro la emprenda con la típica monserga.
Todavía le resulta imposible no pensar en aquella caída de Amneville, en el dolor del golpe en la cadera, en la piel desollada de las nalgas y, sobre todo, en el minuto que perdió por la indecisión. Aún estaba algo mareada cuando se dio cuenta que la cadena se había salido – más segundos perdidos- y luego lo de aquel motorista que se le puso delante impidiéndole arrancar. Pero lo hizo: una pequeña maniobra a la izquierda y empezó de nuevo el pedaleo, con dudas al principio y pronto con todo lo que le quedaba en su interior. Sabía que los pinganillos de las rivales estarían vibrando en aquellos momentos.
- “¡Ha caído Vollering!”
Y también sabía que todas atacarían como leonas a la caza del jersey amarillo.
Después de todo la grandeza de las grandes rondas reside en la posibilidad de poner contra las cuerdas a la mejor de las mejores. Sería ingenuo pensar que ellas, las rivales, se han acostumbrado al sabor de la derrota. A la hora de la revancha da igual que te caigas cuando lo tenías todo a tu favor. Hay que sacar el hacha cuando la líder se tambalea con el culo desollado.
No le sirvió de nada recuperar el minuto perdido en la larga ascensión a Alpe d’Huez; bastaron cuatro segundos para dejarla con la miel en los labios.
Aunque la gloria solo esté al alcance de una entre miles, su duración es tan efímera como la vida de una mariposa.
A lo lejos se divisa la esbelta figura de otro ciclista que sube las rampas iniciales con una cadencia alegre y resuelta. Parece que se trata de un hombre. Sin pensar en que pudiera ser un profesional, Demi se agarra al imperativo de cazarlo alzándose sobre los pedales y buscando un desarrollo más riguroso. Es consciente de que tal empeño puede hacerla reventar antes de coronar el puerto, pero aún así está convencida de que el esfuerzo valdrá la pena. El otro ciclista, ajeno a la presencia de Demi, empieza a difuminarse entre la niebla mientras ella sigue vaciándose en cuerpo y alma, convencida de que no existe mejor forma de apartar los fantasmas de su mente. Pero la niebla solo le permite ver lo justo para no perder su trazado junto al arcén. Ella pedalea con rabia, como si persiguiera a una rival escapada, tratando de controlar el jadeo, hasta que la niebla se hace menos espesa y consigue ver de nuevo a su objetivo a punto de tomar una curva a la izquierda sin perder su alegre ritmo, como si le acompañara una música festiva.
Sin descomponerse a pesar del cansancio, Demi sigue comiendo terreno al otro ciclista, cuando una lluvia fina empieza a caer sobre ambos. Como si se hubieran puesto de acuerdo, los dos sueltan el manillar para colocarse el impermeable que acaban de sacar del bolsillo trasero.
Al llegar a su altura, ambos se cruzan una mirada de curiosidad. Él es apenas un muchacho imberbe de rostro rojizo, cuyos ojos verdes se abren como dos ventanas al reconocerla. Ella le sonríe orgullosa y le susurra un jadeante bonjour, que él responde emocionado.
Durante varios kilómetros pedalean juntos, primero sonrientes y más tarde envueltos en solemne silencio, hasta que llega la temida rampa que anuncia la proximidad del collado. Entonces Demi vuelve a incorporarse sobre los pedales y ataca el repecho con una fuerza incontenible dejando atrás al muchacho.
A su espalda Demi escucha el grito de ánimo del joven desconocido.
- ¡Allez, Demi!
Cuando emerge por encima de la niebla, dejándose envolver por el portentoso azul del cielo, puede contemplar como, a sus pies, se extiende un infinito mar de nubes del que solo sobresalen algunas cumbres nevadas.
Poco antes de iniciar el descenso hacia un luminoso valle dónde brilla un gran lago, Demi siente que su corazón late con una fuerza incontrolable.
El presente texto es una ficción. Cualquier parecido con la realidad es obviamente culpa de la realidad.