África no se parece en nada a la distorsionada imagen que nos han inoculado desde el cine occidental. Acostumbrados a los clichés que nos endosa la mente supremacista que impera en las productoras cinematográficas, estamos convencidos de que el paisaje africano es una inmensa cancha para que los impolutos blancos disfruten de sus safaris mientras los negros portean fardos sobre sus cabezas o sirven el té en vajilla de porcelana.
Para conocer el verdadero rostro de África y, sobre todo, con la intención de comprender algo tan lejano como ignoto, el autor del libro UN GESTO INSUFICIENTE, Antonio Osuna Ropero, ha confeccionado la experiencia de dos viajes de cooperación en una aldea de Mozambique, en forma de diarios pormenorizados con ilustraciones de su propia mano.
El proyecto inicial consistía en ir a la escuela situada en Marera, a unos veinte kilómetros al sur de Chimoio, que es la ciudad más cercana, y enseñar a los alumnos a elaborar queso de forma artesanal. Pese a las dificultades que conlleva la abrumadora pobreza de aquel país al sur del continente y la escasez de medios materiales, y con un segundo viaje de por medio, se consiguió abrir una pequeña quesería dotada de todas garantías las sanitarias, que en la actualidad es gobernada por los propios alumnos del centro.
Esta, digámoslo así, podría ser la sinopsis del libro.
Ahora bien, una vez que el lector se sumerge en la espléndida prosa de Antonio Osuna, y por tanto en el verdadero contenido del libro, no tiene más remedio que poner en solfa la visión del mundo, que hasta ese momento gobernaba sus esquemas. Llegados a este punto el lector se verá inmerso en una apasionante experiencia que fluctuará entre la luminosa descripción de fondo y forma, las lúcidas reflexiones, y la justa indignación ante la evidencia de la enorme injusticia que están obligados a padecer aquellos que han tenido la desdicha de nacer en un lugar perversamente olvidado.
Precedido de una modesta autobiografía del autor, hombre criado en el campo andaluz, de humilde extracción social y enorme cultura autodidacta que va quedando patente en las páginas del libro, el relato de los viajes, los paisajes y, sobre todo, el paisanaje mozambiqueño, tiene por fuerza que remover las fibras sensibles del lector.
Sobre la tierra rojiza de África, salpicada de una vegetación muy diferente a la que podemos ver en nuestro continente, el autor nos presenta una realidad diametralmente opuesta a la que un occidental puede vivir en nuestros días. Desde una esperanza de vida muy inferior a la nuestra, un modelo de alimentación —cuando la hay— pobre en aportes energéticos, y unas carencias sanitarias que deberían avergonzar al primer mundo, Mozambique es una muestra más del enorme fracaso que, en materia social, ha supuesto el progreso. Tenemos medios técnicos que nos han ayudado a superar unas terribles pandemias, somos capaces de enviar sondas espaciales más allá del sistema solar, conversamos fácilmente con gentes que están en el otro lado de la Tierra, y sin embargo dejamos morir en la más absoluta miseria a millones de seres humanos, algunos de ellos por enfermedades que aquí se palían con paracetamol.
No es cuestión de andarse con paños calientes: para que nosotros podamos tener el ritmo de vida que disfrutamos en la mayor parte del hemisferio norte, para que unos cuantos plutócratas acumulen una riqueza que jamás tendrán tiempo de disfrutarla, en otros sitios han de carecer de lo más elemental. El mercado manda.
Las reflexiones del autor, deslumbrantemente redactadas y marcadas por la experiencia real y el profundo estudio del medio en el que se ha movido son, en muchas ocasiones, devastadoras, pero también necesarias. No solo vamos a quedarnos en el relato de ficción que nos venden las partes interesadas, como seres humanos precisamos comprender lo que, de forma deliberada, se esconde a nuestra mirada.
A la mirada de Antonio Osuna no le basta con recrearse con los bellísimos atardeceres de África, sino que se centra en las personas que habitan uno de los lugares más deprimidos del mundo. El albañil que trabaja descalzo, los chiquillos de las aldeas que se interesan por el blanquito que pasea solo por los polvorientos caminos, las enfermeras que atienden un centro de salud sin medicinas ni médicos, los viejos que han pasado la vida soñando con ver el mar y nunca lo logran, las parturientas que se juegan la vida en el intento, los misioneros que luchan sin apenas armamento contra la ignorancia y el hambre, las mujeres pobres condenadas desde niñas a una maternidad múltiple y a sacar adelante a su prole sin la ayuda del inseminador.
UN GESTO INSUFICIENTE es un libro de personajes que recrea con pasión la encarnizada lucha de un modesto pueblecito de Córdoba por sacar adelante un pequeño proyecto de desarrollo: un gesto insuficiente, sí, pero también un gesto necesario.
No es gratuito preguntarse qué sucedería si en estos mundos donde los perros se atan con longaniza, se multiplicaran unos cientos de miles de gestos inútiles.
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