Compartir nombre con una celebridad no es plato de gusto para todo el mundo, mucho más para aquellos que aspiran asomarse al voluble balcón de la fama, y si ya sumamos algunas aspiraciones a eso que llamamos inmortalidad, mejor ni hablamos. Supongo que de ahí provienen los seudónimos y heterónimos con que muchos creadores han quedado inscritos en alguna que otra lápida.
Sucede a veces que grandes artistas y pensadores siguen usando su nombre y apellidos haciendo caso omiso de los comentarios sobre las homonimias, incluso a despecho de los chascarrillos del vulgo, ignorante de lo que supone una personalidad definida, ajena a este tipo de habladurías.
Caso interesante es el de John Williams y John Williams, ambos músicos aunque no del mismo país. Personalmente siento admiración por el menos famoso de los dos, el guitarrista, gran intérprete de los clásicos que, últimamente, acaba de registrar las suites de Bach para laúd, en (maravillosa) versión de guitarra. El John Williams australiano es uno de los más grandes guitarristas clásicos de los últimos decenios. Admirado por Andrés Segovia, Williams dejó su sello en aquella deliciosa Cavatina de Stanley Myers para la película El Cazador de Michael Cimino.
Del otro John Williams, compositor especializado en bandas sonoras tengo que decir que no es santo de mi devoción, por más que la fama le haya lanzado al estrellato hollywoodiense, sobre todo desde que pude leer compases y efectos plagiados a Gustav Holst en la banda sonora de Star Wars. Pero el cine es el cine, sobre todo si se trata de superproducciones, y la fama es una de esas tentaciones que pocos están dispuestos a rechazar.
Muchos recuerdan al genial actor galés Richard Burton, gran bebedor y marido intermitente de Elisabeth Taylor, pero no tantos conocen de la existencia de otro Richard Burton, aventurero y políglota que anduvo largos años buscando las fuentes del Nilo. Este Richard Francis Burton tuvo el honor y la audacia de traducir al inglés en primicia el Kama Sutra y los relatos de las Mil noches y una noche (1884) antes incluso de que Mardrus lo hiciera al francés.
El
nombre de pila,
más
aún
si
el interesado consta en las listas de beatos y santos de la Iglesia
Católica, puede dar lugar a confusión. Dos Teresas, santas,
pensadoras,
activistas y monjas han pasado a la historia por diferentes razones.
La primera, nuestra ilustre poeta, mística
y
reformadora Santa Teresa de Ávila, es
muy
conocida por sus ínfulas
fundadoras y por su ejemplar vida carente de lujos y comodidades. Lo
que ahora vendría a ser Pepe Mújica, pero con sus éxtasis y su
propensión a sufrir
martirio
(una afición como otra cualquiera). No lo consiguió, cosa que sí
logró,
muy a su pesar, Santa Teresa de la Cruz, monja polaca de origen
judío, cuyo verdadero nombre era Edith Stein, gran filósofa y
colaboradora de Husserl y feminista declarada
que
publicó entre otras obras
Formación
de la mujer y profesión de la mujer. A
pesar de su conversión al cristianismo y
posterior
entrada en el convento del
Monte Carmelo, fue detenida por la Gestapo y enviada al
campo de exterminio de
Auschwitz, donde fue asesinada una semana después.
Poco
puedo decir sobre
el poeta andaluz
Gustavo Adolfo Bécquer que no conozcan los lectores, excepto que en
los años ochenta del siglo pasado hubo otro Gustavo Adolfo Bécquer,
saltador de altura, que tuvo la plusmarca española durante unos
cuantos años y aún consta como uno de los mejores registros de
todos los tiempos. Resulta
curioso que hoy recordemos más al prolífico escritor que al atleta.
Me pregunto si dentro de veinte o treinta años los forofos del
balompié habrán olvidado a Maradona.
Tom Wolfe es escritor de fama y periodista, muy conocido por su novela La hoguera de las vanidades, y por sus impolutos trajes blancos, siempre muy almidonados, si bien no tengo claro si recortó su verdadero nombre, Thomas, para diferenciarse de Thomas Wolfe, una de las cumbres de la prosa norteamericana de quien Faulkner dijo que había sido el mejor escritor de su generación. La vida de Thomas Wolfe no pasó de los treinta y ocho años, aunque aprovechó el tiempo escribiendo grandiosas novelas como El ángel que nos mira ó Del tiempo y el río. Por supuesto es menos famoso que un Tom Wolfe mucho más mediático, aunque carente de estilo propio y ajeno al significado de la literatura, cosa normal en nuestros días, en que la mayor parte de los escritores no saben en qué consiste eso que pretenden hacer.
El conocido actor Steve McQueen, de vida breve e intensa, firmó magníficos papeles como El enemigo del pueblo ó su genial Papillón. Por su parte el director británico Steve McQueen ha realizado hasta ahora cuatro soberbios largometrajes de la talla de 12 años de esclavitud, Hunger, Shame y Viudas. Es uno de esos directores de quienes los aficionados al cine siempre esperamos impacientes una próxima película.
Recientemente ha empezado a adquirir merecida fama la actriz catalana Elena Martín, gracias a su honesta interpretación en Suc de Sindria, quien también ha dirigido la película Julia ist. Comparte nombre y apellido con la poeta granadina Elena Martín Vivaldi, esa misma que está inmortalizada en un banco de la avenida de la Constitución. La poesía de Elena Martín estará siempre unida a una de sus pasiones, los árboles, y vivirá (espero que muchos años) bajo la sombra de un Ginkgo Biloba en el jardín botánico de su ciudad.
Paco Ibáñez, cantautor y traductor estará eternamente unido a una generación, la del tardofranquismo y la transición, la generación contestataria que cambió la configuración de un país forzadamente conformista. De la misma época, el dibujante Francisco Ibáñez, nos embrujó con su Mortadelo y no menos con los caracteres de 13 Rue del Percebe. Las generaciones que crecimos con los tebeos de Mortadelo y Filemón, Superlopez, Rompetechos, Sacarino o los Trapisonda, podemos presumir de haber aprendido a vivir otras vidas, absurdas, delirantes e incluso cínicas, aparte de la que nos correspondía.
Ana Pastor, licenciada en medicina y ministra de sanidad y posteriormente de fomento con gobiernos del Partido Popular, comparte nombre y apellido con la periodista Ana Pastor, presentadora del famoso programa El objetivo, donde los políticos entrevistados no encontrarán complicidad amistosa por parte de una profesional con profundo sentido crítico. Como buena periodista de amplio recorrido por varios medios, su carrera es objeto de fuertes controversias y acusaciones que no concuerdan con galardones como el Premio Libertad de Expresión 2011, que le fue otorgado por la Asociación de la Prensa Nacional.
El famoso cantante de opereta Luis Mariano, galán de cine que embelesó a nuestras madres, a quien idolatro a pesar de que sus películas son hoy pasto del olvido, nunca imaginó que, años después, aparecería un guitarrista flamenco con ese mismo nombre. El gran poeta de la guitarra Luis Mariano Renedo, es a día de hoy uno de los grandes de la guitarra, no solo por su depurada técnica, sino también y, aquí es donde marca diferencias, por su capacidad expresiva, y su estilo inconfundible. La música del guitarrista Luis Mariano ha dado al flamenco una nueva dimensión, abriendo fuentes donde deberían beber las generaciones venideras de intérpretes.
Hay nombres que, por obvias razones, tienen el estigma del malditismo. Es sabido que, terminada la II Guerra Mundial, pocos padres alemanes bautizaron a sus hijos con el nombre de Adolf. Con los apellidos es más difícil lidiar. El doctor en filología germánica Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi -ese mismo que acuño la frase de "una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad", y que hoy es dogma muy apreciado por la mayor parte de la clase política- fue el organizador de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Hasta entonces, en las ceremonias de imposición de medallas, se interpretaba el himno olímpico y no se alzaban banderas nacionales sino que ondeaba la de los cinco anillos, que era al fin y al cabo la de todos. Con Goebbels se impuso el culto al nacionalismo, haciendo sonar el himno del país del ganador e izando las tres banderas de los medallistas, desesperanzador rito que continúa hasta nuestros días y que nada tiene que ver con el espíritu olímpico que impulsó al barón Coubertin.
Por otro lado, el violinista Reinhart Goebel era ya un virtuoso de dicho instrumento cuando tuvo una lesión en la mano izquierda que solucionó adoptando un violín para zurdos y aprendiendo a tocar al contrario, esto es: con el arco en la mano izquierda y los dedos de la derecha en las cuerdas. Más tarde fundó la célebre orquesta Musica Antiqua de Colonia con la que ha registrado grabaciones históricas de música barroca. Es uno de los más reputados especialistas en la música de Bach, Telemann, Vivaldi y Pachelbel.
Reyes con el nombre de Carlos I, ha habido en Francia, Inglaterra, Bohemia... (sabe Dios cuántos poblaron el mapa europeo desde el medievo hasta el presente) pero solo uno tuvo al mismo tiempo el título imperial de Carlos V de Habsburgo. De las grandezas y bajezas del hijo de Juana I de Castilla hay mucha literatura escrita. Tal vez pudo ser este Carlos quien uniera a Europa en un solo mapa, aunque la cosa acabó más bien al contrario, separando a España del resto de las naciones y enemistando a los cristianos entre sí.
Sin subir a territorios tan elevados, el abajo firmante descubrió hace no pocos años que en Málaga hubo en el siglo XIX un pintor de origen alemán llamado José Gartner, que fue especialista en escenas marinas y batallas navales. Cuadros de gran violencia dramática donde las olas del mar parecen devorar grandes embarcaciones, como en el caso del lienzo llamado Destrucción de la Armada Invencible.
Todos tenemos algo que nos hace semejantes a otros y al mismo tiempo poseemos el don de ser únicos. Los grandes genios no necesitan de un nombre de pila para pasar a la historia por su obra creativa. El caso de Beethoven es quizá el más parecido al de un extraterrestre. Y esto sin contar con la ayuda de una fortísima personalidad. Sirva de ejemplo la anécdota del príncipe Lichnowsky, quien ordenó a Beethoven que tocara el piano para unos oficiales napoleónicos. Éste se negó -no olvidemos que Beethoven sentía declarada antipatía por Napoleón desde que se coronó emperador- y abandonó el palacio después de una violenta trifulca en la que el músico estuvo a punto de romper una silla en la cabeza del príncipe. El asunto terminó con aquella famosa carta que el genio de Bonn envió a Lichnowsky, cuyo texto rezaba más o menos así: “Príncipe, lo que usted es, lo es por azar y por nacimiento. Lo que yo soy, lo soy por mí mismo. Príncipes hay miles y los seguirán habiendo, pero Beethoven, sólo hay uno!”
P.S. He de aclarar que el Gartner de Málaga no fue pariente mío, pero por si acaso recorté mi apellido para que los amigos no se hicieran un lío con la pronunciación en alemán.
Y Elisa Serna, ya sabes, ha habido un par de ellas (porque si llegan a haber más...), la cantautora y tu amante (lo de amante es muy bonito porque se podría expresar también por la persona que ama, y adjudicarse ese título halaga mucho a la otra persona).
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