Aparte de montañas, la
fe mueve millones; millones de almas y (muchos más) millones de
unidades monetarias. El ansia por creer más allá de lo cuestionable
desemboca en una curiosa paradoja: el homo sapiens gasta buena parte
de su tiempo -materia constatable- en especular con lo inverosímil,
de tal manera que, al cabo de milenios de evolución, el mentado
primate se ha convertido en una criatura cándida que apenas
distingue entre la ilusión y lo ilusorio.
La fe, capaz de general
actos sublimes, también ha sido un recurrente subterfugio para
perpetrar los hechos más perversos, desde la prehistoria hasta el
presente. Y todo por una quimera, por una entelequia con tintes
infantiles.
Tal vez necesitemos
algo más que una dudosa realidad para satisfacer nuestras
necesidades emocionales. Es posible que nuestra disposición a soñar,
nos empuje a desear más que una vida. Nada que objetar. El ser
humano está hecho para mucho más que crecer y multiplicarse. Lo que
no se entiende es esta sinrazón que nos lleva a aceptar como
incuestionables los trucos de prestidigitación, dejando de lado esta
máquina portentosa con la que todos nacemos.
Nuestra capacidad para
imaginar, elucubrar, especular y fabular es ilimitada. Si a eso
sumamos la posibilidad de compartir nuestros universos íntimos,
estamos hablando del más grande de los motores que, para colmo, va
montado de serie. La imaginación podría convertirnos en seres
mágicos y, sin embargo preferimos confiar en el mundo (real) de las
apariencias. Somos acaso el producto del más burdo de los realismos
y por ello estamos consintiendo que algo tan material como una
pantalla -sea del tamaño que sea- nos arrebate nuestra propia
esencia.
La vida es mucho más
que un cómputo de beneficios a corto plazo: es una posibilidad de
alcanzar territorios infinitos, una ocasión irrepetible de traspasar
la superficie de los espejos, un instante para burlar los efectos
secundarios de la muerte.
La vida es una
oportunidad de ser literatura.
La fe (sea en una religión, en una ideología, en entelequias como la música o la literatura) siempre ha sido motivo de bondades y de maldades, como todo lo humano. Louis Ferdinand Céline escribió maravillas como El viaje al fin de la noche y Bagatelas para una masacre o La escuela de los cadáveres, panfletos repugnantes. El ser humano es, no solo ambivalente, y a veces polivalente, sino encima, ambidextro. Y lo gracioso es que tanto necesitamos del sueño como de la fe (en lo que sea; ahora se ha puesto de moda la fe en la ciencia y como los médicos no nos curan, les atizamos de hostias). Sin embargo, quizá no haya habido época histórica más exenta de sueños e imaginación que esta.
ResponderEliminarDa la sensación de que a alguien le viene mal que los demás tengamos nuestras peripecias mentales.
ResponderEliminar