Me fui de Ítaca sin estar muy
convencido. Me fui para añorar la tierra que me vio nacer. Y cuando
regresé, pasados veinte años, tan solo me aguardaba mi perro.
No fue un regreso glorioso. Apenas
traía nada en la valija. Algunos recuerdos, algún sueño roto, y
unos cuantos surcos serpenteando por mi cara.
Volver al hogar, el sueño más antiguo
que una pueda haber soñado. Volver para darse cuenta de que era yo
mismo el que se bebía mi vino y se acostaba con mi mujer. Volver
para saber que ya no está mi padre, que los amigos de la niñez
desaparecieron para siempre, que el azul del cielo nunca será tan
intenso como aquel que nos guarecía todos los veranos.
Uno vuelve a lo que creía su hogar, y
se encuentra con que el suelo que antes pisaba ya no reconoce sus
huellas. Tuve, eso sí, la suerte de ser rescatado por algunos seres
excepcionales. Recuerdo sus nombres, sus caras, sus voces como si
nunca se hubieran ido. Estaba el bueno de Miguel Dédalus con su ritmo habitual
de bebedor sincopado, dos cervezas y un vino. Imposible olvidarse de
la mirada azul de Ángel Mulligan, o esa forma tan cadenciosa de leer poemas de
Paddy Friebe. Por cierto que, fue ayer mismo cuando me lo encontré
junto al ruinoso Hospital de Finnegans e hice el gesto de estrechar
su mano, al que, por supuesto, él respondió con un cálido abrazo.
Luego nos centramos en los estragos de los años. Le confesé que ya
no dispongo de mi célebre jab de izquierda, y que sigo sin dar mi
brazo a torcer.
Los amigos; esos que están ahí antes
de que los necesites. Digo yo que, más de una vez, fueron ellos
quienes me necesitaron. ¿Estuve ahí? Imagino que no siempre. Quiero
recordar que el bueno de Luis Purefoy, me llamó hace poco para ver
si podía contar conmigo. Le dije que sí, que no pensaba largarme a
incendiar Troya, ni nada por el estilo.
Molly está ahora en casa, quemándose
las pestañas con el enorme ensayo que escribe sobre nosequé de la
diáspora africana. Sabe que no ganará nada cuando acabe, pero eso no la detiene. Ella, aunque no lo piense, da la sensación de
estar esperándome. Será porque siempre regreso a casa cuando sé
que está habitada.
¡¡¡Dédalus!!! Siempre fui un adolescente, cierto. Un adolescente con achaques. Pero eso de Artista Adolescente... nada más le falta Artrítico para ser la triple A. ¡Y yo que pensaba que no servía para nada!. al menos, si sirvo para un amiguete, no está mal...
ResponderEliminarEl amiguete que nunca me faltará
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