Lo que más me fascina de La Morocha es su capacidad para el
asombro. Se diría que ha nacido para asombrarse una y otra vez sin
solución de continuidad. Hay noches en que la he sentido asombrarse
más de diez veces consecutivas. En esas horas, paradójicamente, el
asombrado suelo ser yo.
Hay asombros que tienen mala sombra, y otros a los que dan ganas de ahombrar, que no de apoyar. El asombro propio tras una decena de asombros ajenos es de los de boca abierta y ooooooh, como cuando suben los cohetes y hacen lucecicas antes de hacer pum.
ResponderEliminarAsombrado me quedo. La sorpresa -el factor- es el estado previo a la epifanía. O viceversa, o conjunción, qué importa.
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