Todas las noches de esta eterna noche me dejo adormecer
por los brazos de una princesa persa de ojos almendrados, que teje
con sus labios una fina tela de araña entre los aguijones de mis
párpados. Y es tan frágil el hilo susurrado en la hermosa lengua
farsí, que acaba deslizándose suavemente hasta el fondo de mis
sueños, antes de alzar el vuelo con la brisa del alba. Y así
-cuando por fin abro los ojos- la veo alejarse transfigurada en un
dédalo de húmedos diamantes que flota trazando destellos de deseo
con las primeras luces del alba, mientras se escapa ingrávida entre
las ondas de la vaporosa cortina. Adiós, princesa; me embriagaré
con el vino de tus palabras para aturdir el dolor de esta absurda
realidad.
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