Las historias nacían en su angelical mirada como sueños dominados
por la varita de lo imposible. A lomos de una extraña criatura
-mitad pingüino, mitad caballito de mar-, atravesó océanos de
miel, galaxias de azúcar (a punto estuvo de atragantarse), montañas
sin cima, artefactos languidecientes, islas flotantes, ríos de leche,
bosques completamente amarillos. En sus largas singladuras conoció
el vértigo del abismo insondable bajo los sargazos, la magia de los
largos silencios, el pánico del amor, el sabor de los frutos
lunares, la metralla de la rutina, e incluso el delirio de su propia
maestría. Luego, fue pormenorizando sobre la arena del desierto toda
su vida, todas sus utopías, todos sus demonios, y esperó
pacientemente a que el viento del sur se la llevara muy lejos.
Purita poesía, José Luis. Me encanta tu visión lírica y sin retóricas innecesarias.
ResponderEliminarEl aguijón del ave rojo
Lo que es poner o no poner un nombre. Abajo, Miguelito. Aquí ningún nombre. Pero sí sus creaciones, sus visiones, sus utopías que dan vida a mundos y cuentos fantásticos y galácticos.
ResponderEliminarUn HETEROFACTO para volar con el microrelato fantástico, qué bonito!
ResponderEliminarEstos heterofactos tienen altura de miras. Lo que se diga de ellos es poco. Por ellos te darán el Nobel. Vale
ResponderEliminarQueridos todos. Y yo que pensaba que iban a salirme demasiado herméticos. Seguirá colgando heterofactos y trabajando en ellos.
ResponderEliminarMe gusta como has condensado todo el camino literario de Olgoso. Muy bueno. ¡Un abrazo grande!
ResponderEliminarLo mejor de escribir es que sepas a ciencia cierta que alguien te lee con interés. Uno escribe para ser leído, aunque lo pongan de vuelta y media. Luego está lo de hacer sentir, hacer pensar, provocar controversias, e incluso emocionar. Eso es ya de nota.
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