Mi madre, esa criatura que nos enseñó lo que significaba soñar, nos contaba que el más grande
de los Omeyas, Abd al-Rahman III, mandó edificar una ciudad palatina
de ensueño en honor a su concubina favorita, la granadina Azahara. A
decir de las leyendas -las de mi madre, por supuesto- mientras se
edificaba la medina en las faldas de Sierra Morena, el califa
preguntó a su amada qué era aquello que más añoraba de su Elvira
natal. Ella le dijo que todos los inviernos echaba en falta aquellas
montañas, de nombre Sulayr, que se cubrían de un blanco manto de
nieve. La nieve, ese frágil elemento en peligro de extinción, poseía para
aquella pequeña mujer de grandes ojos, un embrujo evocador.
Un día soleado del invierno de 945, cuando por
fin estuvo terminada la hermosa Madinat al-Zahra, ambos amantes
fueron a contemplar las maravillas que habían concebido los mejores
artistas del califato. Tanto los jardines de la medina como las
montañas que la abrigaban habían sido cubiertos de almendros que,
en aquellos días se hallaban en plena floración.
Dicen que una suave brisa que bajaba de
la sierra, hizo que millones de pétalos blancos flotaran en el aire
como una suave nevada, algunos de los cuales fueron a caer sobre el
maravillado rostro de Azahara.
A veces, leyenda e historia se mezclan
y confunden como una gota de agua en un vaso de vino. A veces, incluso los poderosos
sienten la necesidad de escribir poesía para dar rienda suelta al ser humano que ocultan bajo su coraza de soberbia.
Azahara no vivió muchos años más. Dejó
tras de sí, un rey nostálgico y una obra tan bella como efímera. En el año 1010 de la
era cristiana, Madinat al-Zahra fue incendiada y destruida a resultas
de una guerra civil.
Cuando visité por primera vez las
ruinas de aquella ciudad perdida, tuve que comunicar a mi madre que
ya no existían los almendros que rodeaban la ciudad, y que la
presión inmobiliaria empezaba a amenazar el paisaje de aquel depauperado
vestigio de la grandeza humana.
Lo cierto es que, mil años después,
volví a experimentar la sensación de ensueño que me inoculaban los
relatos de mi madre. La magia que aún me sigue envolviendo cuando me
dejo mecer por las divinas palabras de Sherezade, perfumaba la espléndida voz
de aquella reencarnación de Azahara, llamada Kate Bush, cuyos ojos oscilaban entre la melancolía y la fascinación como el aleteo de una mariposa.
Qué bien que no cumples tu palabra. El olor a flores ha llegado hasta aquí, y eso que no tenemos almendros pero ya se huele la primavera, qué envidia! tendré que esperar a los cerezos. Es verdad que Kate Bush aletea los ojos como una mariposa, pero ten cuidado que parece ser un alma en pena;-) "Heathcliff, it’s me, Cathy, I’ve come home. I’m so cold, let me in-a-your window"
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