Con B.P. Galdós |
Estos seres heroicos y pacientes, son la manifestación utópica del amor verdadero.
Suponemos lo contrario, pero lo cierto es que son ellos los que nos domestican, los que fundan un lazo definitivo con esa media naranja que los hace sentir completos. Son ellos y solo ellos los que nos garantizan sin reservas que siempre, haga el tiempo que haga, estemos del humor que estemos, habrá alguien que se alegre de vernos.
Con Clarice Linspector |
El amiguete de Pablo Neruda |
El "terrible" Morgan y su colega Andrés Sopeña |
La familia de Louis Ferdinand Celine |
Lo más probable es que nunca lleguen a conocer lo que Shopenhauer pensaba de ellos -tampoco lo sabe la mayoría de nuestros congéneres- pero es indudable que su esencia es uno de los mejores referentes para aquel que quisiera aspirar a ser mejor persona.
Mark Twain y compañía |
Ya sé que ningún perro fue capaz de crear nada parecido a una obra de arte, ningún perro inventó artilugio alguno que sirviera para hacernos más fácil la existencia, como tampoco han construido armas, o diseñado espantosos edificios en nombre de la modernidad, o inventado sus propias razas, o despreciado a los de fuera, o se forrado a costa de los demás...
Ellos, nuestros queridos compañeros, se limitan a querernos tal como somos, en nuestras grandezas y en nuestras miserias, en nuestra alegría y nuestra melancolía.
Al menos no está solo |
Serían incapaces de abandonarnos. Algo que, desgraciadamente, nosotros hacemos todos los días con ellos.
Es tanto lo que ellos nos dan a cambio de tan poco que, mirándolo fríamente, resultan un buen negocio.
Me pregunto qué sería de nosotros si no existieran los perros. Y me respondo que el ser humano sería otra cosa, otra cosa diferente, por no decir mucho peor, de lo que es ahora.
Menos mal que, algunas veces, tenemos el detalle de darles algo bueno. El poeta polaco Czeslaw Milosz escribió esto:
El calor de los perros, y la esencia,
desconocida, de la perredad.
Y no obstante, la sentimos. En la húmeda lengua que cuelga,
en el terciopelo melancólico de los ojos,
en el olor del pelaje, diferente al nuestro y afín.
Nuestra humanidad entonces se hace más clara,
común, palpitante, babeante, peluda,
aunque para los perros nosotros somos como dioses
que desaparecen en los palacios acristalados de la razón,
ocupados en actividades incomprensibles.
Quiero creer que las fuerzas que están sobre nosotros,
librándose a operaciones para nosotros impenetrables,
tocan a veces nuestras mejillas y nuestro pelo
y entonces sienten en sí mismas este pobre cuerpo y la sangre.
Y no obstante, la sentimos. En la húmeda lengua que cuelga,
en el terciopelo melancólico de los ojos,
en el olor del pelaje, diferente al nuestro y afín.
Nuestra humanidad entonces se hace más clara,
común, palpitante, babeante, peluda,
aunque para los perros nosotros somos como dioses
que desaparecen en los palacios acristalados de la razón,
ocupados en actividades incomprensibles.
Quiero creer que las fuerzas que están sobre nosotros,
librándose a operaciones para nosotros impenetrables,
tocan a veces nuestras mejillas y nuestro pelo
y entonces sienten en sí mismas este pobre cuerpo y la sangre.
A quien pueda interesar.
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