Sobre el rojizo despertar de cada otoño, gravita una amenaza
evanescente que transforma mis pasos en un sordo crujido de hojas
secas. Es la misma mano que despoja las ramas del abedul y reviste de
sentido al terco calendario. El dilema sobrevuela este irreversible
camino cuando tratamos de entender por qué la vida se renueva en
primavera, mientras nos afanamos en reconocer nuestra imagen en el
espejo.
Que noooo amigoooo, que no hay amenaza alguna, ni siquiera esa tan hermosa que tu describes!!!, que es simplemente la estación sagrada en la que debemos agradecer estar vivos, pasar juntos el invierno junto a un brasero, mejor si es con un vasito de vino, con un buen libro, con tu gramófono, en fin...que la misma mano que despoja las ramas siga tocando tu cabecita para que sigamos disfrutando con tu mundo.
ResponderEliminarEl braserico. Qué recuerdos. Eso sí, a cierta edad (otoñal) el braserico es regular para las rodillas. Mejor la manta zamorana y el calor humano. La música que no falte. Ahora me vuelve a cautivar el andante del concierto de piano nº 2 de Shostakovich. Se me encoje el corazón, tal que hubiera mal de amores. Será que estoy otoñal.
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