Joseph Cotten |
A mis incalificables amigos:
Miguel Arnas, Carmen García y Ángel Olgoso.
Hace años que un cierto dramaturgo, empedernido buscador de excepciones actorales, viene repitiendo una idea que ha llegado a obsesionarme: "No hay mayor obra de arte en el cine que un plano claroscuro del rostro de Joseph Cotten".
Miguel Arnas, Carmen García y Ángel Olgoso.
Hace años que un cierto dramaturgo, empedernido buscador de excepciones actorales, viene repitiendo una idea que ha llegado a obsesionarme: "No hay mayor obra de arte en el cine que un plano claroscuro del rostro de Joseph Cotten".
La idea tiene muchas segundas lecturas.
Los que adoramos ese gran cine que se perdió, sabemos alguna cosilla
acerca del mito de los actores secundarios. Joseph Cotten, uno de los
pocos amigos personales de Orson Wells, tenía mucho más talento de
lo que ahora tienen las llamadas estrellas de cine. Su sola mirada
contenía tantas capacidades expresivas que, en una primera visión,
se hubieran escapado a los más avispados.
Cotten era un actor de reparto. Un
secundario, sin ánimo de ofender, tan humilde que ocupó ese sitio
en carteles de películas que -sin lugar a discusión- había
protagonizado. Cotten protagonizó "El tercer hombre",
dirigida por Carol Reed, pero ocupó un lugar secundario tras Orson
Wells, que no aparecía más de veinte minutos en toda la película.
Su técnica actoral era tan elegante
que nadie supo nunca en qué consistía. Si cortáramos sus planos en
"Ciudadano Kane", la cinta quedaría a la altura de un
telefilm. Una sola mueca de Joseph Cotten albergaba más información que todos los aspavientos de Robert de Niro y Al Pacino juntos.
Christopher Plummer |
Imagino que en aquella frase del
enigmático dramaturgo, entraría también la larga sombra de
Christopher Plummer. En este caso, algunos directores han sabido ver
lo que hay que ver. Tal actitud les ha dado el placer y el lujo de
verle protagonizar inolvidables películas.
Hace apenas unos instantes acabo de
disfrutar una maravillosa versión de Sherlock Holms con el pelo
rubio: "Asesinato por decreto", con Jack el Destripador
como telón de fondo. En esta cinta de Robert Clark estrenada en
1979, con Christopher Plumer en la piel de Holmes y nada menos que
James Mason encarnando al inefable Dr. Watson. Por cierto, uno de los
mejores Watson de la historia cinematográfica de esta saga infinita.
Lo digo porque quitando el de Ian Hart, en 2004, la mayor parte de las
interpretaciones nos muestran al socio de Holmes deliberadamente
torpe, como si con esa ingenua personalidad pretendieran dar más
lustre a la astucia del célebre detective inglés. Una idea tan pueril como ineficaz.
Plummer, tiene a sus espaldas tantas
interpretaciones brillantes, tanto en el cine como en el teatro, que
el resto de los actores deberían dejarse de gaitas e inclinarse ante
su genio. Fue el Capitán von Trapp, en "Sonrisas y lágrimas",
Ruyard Kiplin en "El hombre que pudo reinar", a Tolstoi en
"La última estación", dio brillo a "Beginners",
encarnó a "Otelo" al "Rey Lear" y a "Mabeth"
sobre las tablas y, de propina, "tan solo" ha recibido un
Oscar y un Globo de Oro. Claro que, a estas alturas, lo de los premios es poco menos que circunstancial. Espero que, por lo menos, le hayan pagado lo
pactado en los contratos.
Los años, lejos de derribar al galán
de turno, curtieron a un actor que, pasados los ochenta inviernos,
nos dejó de una pieza en "El imaginario del doctor Parnassus"
de Terry Gylliam. Plummer, podría darle clases de interpretación a Tom
Cruise, pero dudo que saliera algo de provechoso de un tipo que sólo
sabe fruncir el ceño y apretar el gatillo de una pistola.
Ulrich Múhe |
Aquel tipo silencioso, de miradas
introspectivas, que espiaba "La vida de los otros" en la
insoportable Alemania Oriental, era un actor alemán que dejó este
mundo el 22 de julio de 2007, sin que apenas nadie recordara su nombre.
Urich Mühe bordó uno de los papeles más impresionantes del cine de
espionaje. Derribaba en dicha cinta el mito del maniqueismo, y daba una
humanidad -contenida a modo de olla a presión- al villano, en uno de los grandes clásicos europeos. Bordó
una sátira (un disparatado homenaje al sarcasmo cinematográfico de Lubitsh) sobre el nazismo en "Mein Führer", que se excede los límites de lo razonable. Pero ¿alguien recuerda su nombre? Tal vez
sea mejor que nos acordemos de sus ojos atormentados, de una
capacidad para hacernos penetrar en sus pensamientos que nadie podrá
igualar.
Agustín González |
Agustín González anduvo a la sombra
de su amigo Fernando Fernán Gómez, hasta que éste le regaló uno
de sus mejores protagonistas, el de "Las bicicletas son para el
verano". Pero mi debilidad personal se inclina hacia el teatro,
y nunca dejaré de recordar su increíble "Tartufo" para
Estudio Uno.
El hecho de que
Agustín González sea español nos da la posibilidad de recordar a
este actor de reparto, genial y personalísimo, en filmes como "Así en el
cielo como en la tierra", "Total", "Viaje a
ninguna parte", "Plácido", "Belle epoque",
"Atraco a las tres", "La escopeta nacional", "La
colmena", "La marrana", "Todos a la cárcel",
"Los santos inocentes" "La corte del Faraón",
"La vaquilla"... por los siglos de los siglos. ¿Quién da
más? Sus célebres curas, reaccionarios, absurdos, repúblicanos,
fanfarrones, anarquistas, censores, hipócritas, complejos e inefables, sentaron
cátedra hasta el punto de que algún director de casting, a la hora
de buscarse un actor que clave un sacerdote, reniegue por la ausencia del artista
madrileño. No recuerdo, por cierto, haberlo visto nunca investido de
altas dignidades eclesiásticas.
Cuando oigo hablar
del star sistem, de nosequé métodos y de lo ideales que son los
modelos que visten las estrellas sobre la alfombra roja, cierro los
ojos y recuerdo la penetrante mirada de Joseph Cotten.... en blanco y
negro, por supuesto.
No ser protagonista puede significar muchas cosas, y una de ellas es la posibilidad de bordar una diminuta, casi inapreciable, obra de arte. El verdadero arte no debería ser valorado por su tamaño, sino por la capacidad de causar emociones en el privilegiado espectador.
gärt
No ser protagonista puede significar muchas cosas, y una de ellas es la posibilidad de bordar una diminuta, casi inapreciable, obra de arte. El verdadero arte no debería ser valorado por su tamaño, sino por la capacidad de causar emociones en el privilegiado espectador.
gärt
Chato, te olvidaste de Walter Brennan, ¿o es que nunca te picó una abeja muerta?
ResponderEliminar¿En qué blog cabrían todos los grandes secundarios?
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